Hay quienes sostienen que las dinámicas conocidas del capitalismo, ya no rigen la economía. Que el sistema ha muerto y fue reemplazado por otro, basado en el capital también, pero aprovechando los acelerados cambios tecnológicos del milenio con los que dominan. Para el acreditado economista – crítico e incisivo – Yanis Varoufakis, ya se produjo la transformación del sistema económico mundial en ese sentido.
Según el profesor de prestigiosas universidades y ex ministro de finanzas griego, los tradicionales
pilares del capitalismo, el mercado y el beneficio, han sido reemplazados por las plataformas
digitales (manejadas como feudos por las Big Tech) y por la extracción de rentas
respectivamente.
Esta forma de extracción feudal, no solo representaría un drástico alejamiento de los mecanismos
convencionales del capitalismo, sino también, de sus atributos fundacionales, como la
competencia y la innovación. Desde esta perspectiva, los capitalistas dependen ahora
principalmente del poder político establecido y de las rentas para extraer capital.
A partir de la crisis financiera de 2008 y la pandemia de 2020, que sumó a sus observaciones por
propias experiencias y análisis, Varoufakis elaboró su teoría del «tecnofeudalismo», dado que, en
su visión, las grandes mayorías son nuevamente siervos, tal como en la época medieval, mientras
los señores feudales actuales, serían los propietarios de lo que se conoce como «capital de la
nube» [el mayor negocio de la industria tecnológica alojado en Internet].
Hubo un desplazamiento del poder económico mundial hacia estos gigantes tecnológicos; un
‘nuevo’ sistema de explotación, que está originando un aumento en la desigualdad en el globo, y
la concentración del poder en esas pocas manos.
El capital-nube ha creado un tipo de poder estructural y cualitativamente diferente del poder
monopolista de los magnates clásicos, clase dominante que concentraban el capital, el poder,
compraban gobiernos y “mataban” a sus competidores para vender sus cosas.
Los capitalistas de la nube actuales [nubelistas, nueva clase dominante de ultrarricos, v.g.: Jeff
Bezos, Elon Musk, Larry Page, etc.] ni siquiera se molestan en producir nada y vender sus cosas.
Esto se debe a que han sustituido a los mercados, no solo los han monopolizado.
Parasitan a los capitalistas dedicados a la producción de bienes físicos [mercancías], los que
recurren a las plataformas digitales (Google, Apple, TikTok o Amazon et al) para comercializar y
cobrar sus beneficios, y, por tanto, serían sus vasallos. En este modelo, los siervos somos casi
todos, los que aportamos nuestros posteos, fotos, videos, y contenidos en general, que enriquece a
los feudos de la nube.
Fuera de la teoría descrita, existen visiones semejantes sin encajar necesariamente en el modelo
propuesto por Varoufakis. En efecto, no son pocos los estudiosos que dictaminan, que el sistema
económico actual se puede describir como un Imperialismo Tecnológico, pero sin anular sino
como etapa superior del capitalismo.
Todos advierten las transformaciones en la organización de la producción y en las nuevas formas
de la globalización (comunicaciones, logística, integración productiva, canales financieros
comunes, etc.) que, impulsadas por el acelerado cambio tecnológico aplicado operativamente a
escala planetaria, generan excedentes que han sido apropiados por los que dominan su evolución
(no hay imperios sin excedentes).
La característica del cambio tecnológico actual es su aceleración, por ello es muy difícil predecir
que tipo de civilización está ya forjando hacia el futuro. ¿Posthumanismo tal vez? La cuestión es
abordada por las ciencias sociales, dado una preocupación central: la difusión de cierta tecnología
puede escapar del control de los Estados, incluso de las grandes corporaciones, y hay temas que
potencialmente son letales para la civilización. Existe en efecto una amenaza distópica, la no
contención de algunas manipulaciones de inventos peligrosos (biotecnológicos, por ejemplo).
Por ahora la evidencia es que las multinacionales que comandan la economía planetaria
(“organizan” la producción), por ahora necesitan el respaldo del poder militar y de dominio de
seguridad territorial que poseen los Estados nacionales, aún los periféricos como el nuestro.
Pero los países dependientes [no centrales] dado este determinado orden global, regido por el
imperialismo tecnológico, deben evaluar las posibilidades de conciliación e inclusión en el sistema,
teniendo en cuenta que la concentración del capital en las firmas tecnológicas y su consecuente
dominio global, es un modelo connatural al capitalismo: el que innova tiene el privilegio de fijar
precios a su sola conveniencia, y va a la vanguardia atrayendo capital (Microsoft, Tesla,
AstraZeneca, etc.).
Nuestro propósito, es divulgar un pequeño arsenal analítico, para ayudar a esclarecer la
ciertamente confusa realidad socioeconómica actual. Como siempre sostenemos en esta columna,
comprender el mundo circundante, es el primer paso para poder tomar el control, del destino
colectivo.
La estructura del poder del Nuevo Orden
Grandes capitales en los países centrales, conducen el proceso productivo y distributivo mundial,
en los países periféricos, en éstos, no existen capitales hegemónicos a nivel global, sino que son –
en general –, tributarios o ‘auxiliares’ de aquellos. El proceso decisorio (estratégico, financiero,
diseño y control tecnológico) siempre radica en “la casa matriz”, aunque afecte directamente a una
subsidiaria o a una empresa asociada subalterna. El conocimiento crítico sobre procesos,
infraestructuras, prospectivas, etc., se conserva en el centro, siempre, pues es lo que da
capacidad de control. Claramente una relación jerárquica. El objetivo común de capitales
centrales o periféricos, es que sea garantizada la libre movilidad de capitales y mercancías
Geografía ampliada
En la era del imperialismo tecnológico, la estructura del sistema trasciende las fronteras nacionales
o naturales, se han consolidado las cadenas globales de valor, una desterritorialización de los
procesos productivos (offshoring). Se opera hoy a mayor escala que nunca, y no solo respecto a
la producción física, con la regionalización de procesos, sino también en la globalización también
del trabajo. La llamada tele migración, o sea la posibilidad de deslocalización virtual del
empleo, el trabajo remoto de oficina que ha sido un boom en nuestro país (ganar en dólares sin
emigrar), ya que hay mucha gente bien formada, dispuesta a ganar menores salarios que en el
“primer mundo”, pero en moneda fuerte (dólares, euros, criptomonedas) y altos para el promedio
local.
En esta nueva modalidad, las regulaciones estatales son más tenues, dado la condición de
vínculos transfronterizos que los trabajadores transan con sus ‘empleadores internacionales’ y el
carácter de autónomos de los sujetos que se someten a ese régimen laboral. No hay siquiera
sindicatos que normalicen convenios para tales actividades remotas, y esos rasgos definen a los
nuevos empleos virtuales. Prima el individualismo, es decir; la atomización de la nueva fuerza
laboral, que solo enfrenta los desafíos ocupacionales mediante el empleo de cierto software, y con
aparatos interconectados que mediatizan los vínculos del empleado-empresa. Lo que sí se
advierte, es que a medida que esta modalidad crece, así como la mediación de las nuevas
plataformas tecnológicas en el comercio, transporte, comunicación, información y finanzas, el
excedente económico fluye incrementalmente hacia sus propietarios.
Mientras, en los arrabales …
Por ahora, la ‘crisis’ capitalista, parece estar dirimiéndose entre el modelo chino y el americano, y
naturalmente, como toda lid de poder (y dominio), además de las disputas obvias comerciales y
financieras, el terreno decisivo es el de la geopolítica.
La periferia no entra demasiado en los juegos de poder, a menos, que los poderosos del ‘centro’
pretendan adueñarse de ciertos recursos estratégicos, que suelen estar en esos “suburbios” (en
eternas vías de desarrollo), precisamente.
La verdadera carrera intra-capitalista se da en realidad en el ámbito tecnológico, y podemos
señalar en este punto, que la preocupación del hegemón occidental es creciente, frente a los
avances tecnológicos bélicos de los rusos, que superan ya el nivel estadounidense, y el de
transportes, incluso espaciales, o constructivos de la China popular, que también hoy los aventajan.
Para materializar esa disputa de hegemonía, todas las partes, invierten ingentes sumas de
capitales en I&D y en desarrollo de proyectos.
El destino del arrabal, si pretende «urbanizarse» definitivamente, será el de captar parte de ese
flujo financiero, que hoy el centro no incluye en su planificación, atrayéndolo hacia sectores
probadamente competitivos, en el caso argentino; la biotecnología, las aplicaciones nucleares, la
agroindustria, la minería y fuentes de energía a explotar, de las cuales abundan como la
geotérmica, hidrogénica, eólica, hidrocarburífera, solar o mareomotriz. Claro que, para ello, se
requieren políticas específicas, es decir una fuerte Orientación Estatal.
En definitiva, esta última visión que referimos, parte de diagnóstico semejante a la tesis del cambio
de sistema por otro, superador, llamado tecno feudalismo que describimos en la Introducción, pero
esta perspectiva sostiene que este imperialismo tecnológico no es una nueva «singularidad»,
sino apenas la fase actual del capitalismo, ahora absoluta y multidimensionalmente global.
Ensayando una explicación del sometimiento social
Si nos recostamos en las apreciaciones del filósofo coreo alemán Byung-Chul Han, agudo
observador y analista de la sociedad moderna, podemos intentar comprender cómo la tecnología
fue el factor desencadenante de un cambio tan trascendente en el sistema económico
global. El autor destaca que el mundo pierde cada vez más la negatividad de lo contrario y el
medio digital acelera este desarrollo.
Hasta las imágenes digitales – que son el «objeto» con el que más interactuamos en las pantallas –
carecen de toda magia, de todo hechizo, de toda seducción. Es como que ya no tienen fuerza
propia (o “vida”), ya no fascinan, sorprenden o embelesen al observador. Hoy en día, en el entorno
de las redes (cualquiera) la percepción es satisfecha con un «me gusta», que en realidad puede
ser emotivamente un acto “nulo”.
El orden digital provoca una creciente descorporalización del mundo. Hoy hay cada vez menos
comunicación entre cuerpos. Los objetos digitales ya no nos replican con su contrapeso. De ellos
no viene ninguna resistencia. La desaparición de lo contrario se produce hoy en todos los niveles, y
la ausencia total de lo contrario no es un estado ideal. El ser humano necesita contraponerse a una
determinada masa, con su pesadez material que pueda palpar. El mundo digital elimina los
cuerpos.
«Hoy estamos en la transición de la era de las cosas a la era de las no-cosas. No son las cosas,
sino la información, lo que determina el mundo en que vivimos.» ese es el pensamiento del filósofo
Han.
Es que en la actualidad parecería que el mundo se vacía de cosas y se llena de información. Ya lo
dijimos: la digitalización desmaterializa y descorporiza el mundo. Los medios digitales sustituyen a la memoria, reemplazamos recuerdos almacenando gran cantidad de datos. Y no nos
damos cuenta.
La información falsea los acontecimientos. Se nutre del estímulo de la sorpresa, que no dura
mucho. Nos acostumbramos a percibir la realidad como una fuente inagotable de estímulos, nos
volvemos cazadores de información (que nos trae muchos ruidos), pero ciegos ante cosas
comunes, nada estridentes ni estimulantes, pero que nos anclan en el ser. Además, se pierde el
necesario silencio.
En el sistema que se está cristalizando hoy globalmente, el sujeto sometido no es consciente de
su sometimiento. La eficacia del psico-poder – como una herramienta de dominio más usadas por
las élites – radica en que el individuo se cree libre, cuando en realidad es el sistema el que está
explotando su libertad. La psicopolítica se sirve del Big Data el cual, como un Gran Hermano
digital, se apodera de los datos que los individuos le entregan de forma efusiva y voluntaria.
Este instrumento (asistido por los famosos «algoritmos») permite hacer pronósticos sobre el
comportamiento de las personas y condicionarlas a un nivel prerreflexivo. La expresión libre y la
hiper-comunicación que se difunden por la red se convierten en control y vigilancia totales,
conduciendo a una auténtica crisis de la libertad.
Otra característica de la sociedad “moderna”, es el nuevo paradigma que mutó de la anterior
sociedad disciplinaria –basada en imperativos y prohibiciones externos— y ha pasado a ser una
sociedad del rendimiento, en la que los individuos se afanan por explotarse a sí mismos. Antes,
quebrar las normas implicaba un castigo, hoy los incumplimientos (de anhelos) provoca
frustración. La autoexigencia (propia del individualismo fomentado por el neoliberalismo
implantado) conlleva impactos culturales y psicológicos: cansancio, aburrimiento e indiferencia y
síndromes como hiperactividad, impaciencia, desatención y agotamiento. El ánimo festivo
comunitario, tan importante para la cohesión social, se va resintiendo y tiende a diluirse.
La reflexión, requiere de cierta inactividad, de alejarse momentáneamente del fragor. No es un
déficit como se lo suele apreciar (cuando es desde el poder, en forma interesada). Si no hay
contemplación, no se puede afrontar ninguna crisis social, ni frenar nuestra propia explotación o la
destrucción de la naturaleza, pues quedaríamos inconscientes.
La Transparencia
Este lema lo encontramos en el discurso público, pero no solo refiere a la corrupción y a la libertad
de información, sino que se manifiesta cuando ha desaparecido la confianza y la sociedad apuesta
por la vigilancia y el control. Google y las redes sociales, que se presentan como espacios de
libertad, se han convertido en un gran panóptico [Bentham], como un centro penitenciario en el
que el vigilante puede observar a todos los reos de pabellones que convergen al centro donde está
él, sin ser visto. Somos los nuevos moradores de este panóptico digital, todos clientes
transparentes. No hay una comunidad, solo Egos acumulados e incapaces de la acción común,
política, de un “nosotros”. Solo consumidores que no cuestionan el interior sistémico desde
fuera. La vigilancia no es visiblemente un ataque a la libertad, sino una entrega voluntaria de
exposición y desnudez de todos a la mirada panóptica. Víctima y actor al mismo tiempo.
Conclusiones
Nuestro filósofo y neurocientífico exiliado en Francia, Miguel Benasayag, desarrolló el concepto de
colonización algorítmica para describir esa fuerza (es mucho más que una herramienta dice) que
modeliza al mundo, uniformizándolo y desregulándolo a la vez. Un maridaje perfecto con el
neoliberalismo y las nuevas derechas (incluidas el mileísmo).
Quien entendió que el nuevo teatro de la conversación pública es internet, donde se pueden
crear audiencias ‘ajustadas’ a ciertas premisas, con mayor eficacia que los medios tradicionales,
aprovechó las facilidades tecnológicas para influir en ellas, y monetizar sus usos con la creación deaplicaciones y plataformas.
Preguntar por Elon Musk, que pronto comenzó a liderar esta nueva
fase del capitalismo, [llámase tecno feudalismo o imperialismo tecnológico], posicionándose en
tecnología de punta (automotriz, espacial, etc.) y finalmente adquiriendo una red de
comunicaciones global como “X” (Twitter) para formatear mentes y palpitar tendencias
Recurriendo a Martin Heidegger podríamos decir que es necesario “un pensar incesante y
vigoroso” para alcanzar la serenidad. Evitar caer en la tentación de “entrar en la jaula para
nuestra mayor felicidad”, esa que nos promete deshacernos de todas las complicaciones de la vida
mediante la tecnología digital, pero que a la vez publicita que la fragilidad y los defectos deben ser
considerados «disfunciones».
Ya vimos la realidad, el dominio de muy pocos que ostentan los medios de control propios de esta ‘vida moderna’, pero despolitizada y lo peor; cada vez más deshumanizada. ¿Qué queremos? ¿Funcionar o existir? Estamos demasiados expuestos y desunidos, inconscientes reciclamos datos para facilitar la predicción de nuestras preferencias y movimientos a nuestros opresores. El riesgo de no reaccionar (o sea, hacer crítica y política) es convertirnos en máquinas.