Introito
La civilización occidental fue construida en base a una cosmovisión cristiana, enraizándose en la
cultura griega, y ‘ordenada’ por el derecho romano desde sus comienzos. Desde la revolución
industrial, sin embargo, asistimos a un lento alejamiento de los principios y valores cristianos,
proceso que se aceleró notablemente desde mediados del siglo XX, y eclosionó definitivamente
con la ‘posmodernidad’.
La sociedad ‘moderna’ occidental se caracteriza hoy como materialista, positivista y relativista,
visiones que ciertamente substraen de toda consideración la trascendencia del alma humana. Un
mundo sin Dios.
La cultura antropocéntrica y materialista, descansa en la ciencia, la técnica y el progreso para
procurar al hombre la felicidad. Sin duda, el hombre actual (contando con los necesarios medios
económicos), accede a mayor comodidad, seguridad y a diversión pasatista o momentánea, que
nunca en la historia. Sin embargo, no tiene garantizada su tranquilidad, su paz, su felicidad, y
ni siquiera una vida contenta. Muchas posesiones, con vacío espiritual. [No solo de pan vive el
hombre]
La cultura que antecedió, fue fundada en el realismo filosófico. Su abandono, derivó en
relativismo, el que rechaza la existencia de verdades objetivas, y niega la capacidad de la
inteligencia para conocer la verdad.
Por otra parte, el positivismo jurídico, se impone cuando la creencia es que las cosas son como
la ley lo define, siendo que muchos conceptos son elaboraciones intelectuales (ideologías) que se
apartan de la realidad (fuerzas y procesos) natural, pretendiendo transformar la realidad con
imposiciones. Por principio de no contradicción, dos afirmaciones contrarias no pueden ser
ciertas a la vez y en el mismo sentido.
Las construcciones teóricas [constructos] actuales, para comprender diversos problemas, se van
apartando de antiguos cimientos que generaban un sentido común compartido (sobre los mismos
valores), y por tanto; coherente, generando muchas veces respuestas ideales, que no siempre –
por ser ilusiones individuales – se corresponden a la perspectiva de las mayorías de la comunidad,
y por tanto, genera una cultura no fraternal, de indiferencia o peor aún: de desunión. La idea de
una fuente común (Padre, Dios, creencia, mito, etc.) da sentido y consistencia a la
fraternidad.
La increencia contemporánea
Desde la antigüedad, –y esto incluye todas las culturas y civilizaciones –, se creía que Dios [ser
supremo, omnipotente, omnipresente y omnisciente; creador, juez y protector], como fuera que le
llamasen, era la realidad que sustentaba en el ser todo lo que existe. En la divinidad lo real tiene
permanentemente su origen y su sentido [valor].
A lo largo de la historia siempre ha habido huellas de la actividad religiosa, es decir, se asumo es
un hecho universal, sin embargo, también ecuménicamente, en las comunidades o clanes, hubo
humanos que, excepcionalmente, no participaban de esa razón común, rechazándola o negándose
a oír sus credos. Hoy, la increencia suele ser mayoría.
Kierkegaard caracterizó a los no creyentes, como quienes no son capaces de alejarse de su
superficialidad (materialismo consumista, hedonismo, quehacer desaforado, etc.) y adentrarse
introspectivamente a su propio ser. Se requiere profundidad, meditación. Otros del mismo modo, tiene proyectos de vida – incluso “importantes” –, centrados en sí mismos, como autosuficientes, salvándose a si, antes que ocuparse de otros, o del conjunto.
Repasemos algunas aristas de la cuestión de la transmutación de los valores en las sociedades, de
su alejamiento colectivo de aquellos fundados en una fe religiosa que caracterizó la Antigüedad,
hasta militar en la moderna increencia de muchos. En qué dimensiones la fe confrontó con
doctrinas filosóficas adversas a su pretendida trascendencia o autoridad moral. Nuestra
interpretación del resultado en tales espacios.
Nihilismo y la FE
El nihilismo considera que al final todo se reduce a nada, y por lo tanto nada tiene sentido. Siendo
esto así, rechaza todo principio religioso, moral o gnoseológico. No hay verdades absolutas siendo
la realidad solo aparente. El universo y la naturaleza son indiferentes con el ser humano, y, por
tanto, no existe un fin último teleológico de un orden divino, pues Dios no existe.
Su crítica es social, política, cultural y radical, pues cuestiona los valores, costumbres y creencias
de una sociedad, que le dan cierto sentido a la vida. Propone de deshacerse de todas las ideas
preconcebidas [dogmas] para dar paso a una vida con opciones abiertas de realización. En la
filosofía griega, se encuentran algunos de estos cuestionamientos formulados por la escuela cínica
y en el escepticismo.
Para la FE, en el universo nadie está tan solo como el hombre que niega a Dios. Si Dios era la
clave de todo lo que existe, el fundamento de todos los valores, y no existe, nadamos en una nada
inmensa. La humanidad fluye alejándose de todos los soles como dijo Nietzsche. Mientras, todas
las racionalistas nihilistas son negacionistas de lo que no se ve o siente, determinando la finitud del
hombre, quien solo accederá a conocer lo que la ciencia le permite saber. Una inhibición a la
especulación teológica o teosófica.
Hoy el nihilismo, de menor nivel intelectual, se extiende como plaga junto al consumismo y el
hedonismo [actitud con centro en el placer como fin y fundamento de la vida], tratando de
entretenerse para olvidar la angustia por la insatisfacción que aquel consumismo le trae.
En la actualidad también hay otros negacionistas de la fe, críticos a las manifestaciones de las
religiones, y especialmente contrarias a las iglesias que gestionan lo religioso en sus sociedades,
pero se apartan de las respuestas nihilistas radicales, buscando responder las mismas preguntas
que se hacen los creyentes, mediante espiritualidades laicas.
La Moral y la FE
Todas las religiones han desarrollado una moral y que, a lo largo de la historia, durante su etapa
más larga, la moral dependía de la vida religiosa de los sujetos. Todas ellas tienen una ética que
predica la bondad y que ha ayudado a ser buenos a los humanos a lo largo de los siglos. Existen
mandamientos, algunos relativos al culto, pero los más numerosos, son dedicados a regular las
relaciones con los hombres y la naturaleza.
Pero la conducta moral, no solo dependió siempre de la FE y de cada religión. Las buenas
conductas y evitar las malas no es patrimonio de los creyentes. La vida digna fue ‘prescrita’ tanto
por la filosofía helénica con el estoicismo y el epicureísmo como por el confucionismo.
Dentro de la modernidad, tenemos un ejemplo con Immanuel Kant y su imperativo categórico, el
hombre libre se liga voluntariamente y por su razón, a ciertas leyes y obligaciones, sin buscar
justificación en Dios. Con él, recomienza también una emancipación de la moral de la religión (una
moral laica). A fuer de intelectualmente honestos, digamos que la laica puede ser tan elevada como una religiosa, pero normalmente, y especialmente en nuestra época, se habla de una moral de
mínimos, para que coincidan todos.
Redondeando la comparación, agregamos que la moral religiosa siempre será más exigente, pues
requiere cierto sacrificio personal, o mayor generosidad hacia el otro (prójimo) en cualquier
circunstancia, dejando librado a la ‘conciencia’ de cada cual, la evaluación del cumplimiento de las
proposiciones morales.
El “descubrimiento” de valores tan importantes como la libertad, la igualdad y la fraternidad, [los
valores de la modernidad], fue hecho por hombres «sin Dios»; los revolucionarios guiados por
Voltaire, Diderot o Montesquieu. Claro que su umbral no llegó a abarcar la esclavitud para
repudiarla, por ejemplo, o, no cuestionar en todos los casos, las relaciones asimétricas entre
señores y servidores.
Las Religiones … ¿en retirada?
Aclaremos de entrada, que el hombre no es por naturaleza religioso, en todo caso, cuando lo es,
fue por decisión voluntaria. Existe el indiferente, como el “homo irreligioso”. O incluso, quienes
desarrollan la dimensión de la trascendencia, sin ejercitar ninguna religión o desconociendo a la
Iglesia.
Ahora bien, antropológica y socialmente es innegable que las religiones han tenido como
función principal precisamente el dar sentido. Y ha habido en cuanto al sentido una cierta
secularización también, pero es aquí donde más dificultad existe para que la secularización se
imponga, en el terreno del sentido.
Así como es imposible saber si algo está arriba o abajo (derecha o izquierda) sin un punto de
referencia fijo en el espacio, la moralidad también requiere un punto de referencia objetivo y
estable, que es la base de todos los valores morales.
Los mandamientos (toda religión los tiene) constituyen la base de los deberes morales. Se
puede afirmar la bondad objetiva de valores como la generosidad, el altruismo, la abnegación y la
justicia [equidad]. Pero al mismo tiempo nos permite condenar antivalores objetivos como la
codicia, la opresión, el abuso de los débiles o la discriminación.
Si no existiera una base moral “sobrehumana” [valoraciones universales], no habría un punto de
referencia objetivo para saber qué es malo o qué es bueno, y por lo tanto sólo nos quedaría una
opinión o un punto de vista de la gente, que puede evolucionar de una sociedad a otra y de una
época a otra. Este tipo de moral no sería entonces objetivo sino subjetivo, ya que dependería de
los sujetos, de la gente de una sociedad dada, y no sería de ninguna utilidad para nadie más.
Lo que ha progresado en las últimas décadas, es que se ha apartado la mirada de la ética religiosa,
incluso al punto de no hablarse abiertamente en ámbitos laicos acerca de religión o credos, para
evitar herir susceptibilidades de no creyentes y evitar ‘confusiones’ en los más jóvenes. Sin
embargo, se tolera que circulen proposiciones de sinsentidos que algunos llaman “Verdades”, y
nadie se avergüenza de tales absurdos. Claramente, con menos límites y más orgullo liberado, ha
ganado la violencia en el seno de las sociedades.
¡Los disvalores de Fiesta!
En las sociedades occidentales – y nosotros como argentinos lo podemos verificar cotidianamente
– el problema parece estar, no en la ausencia total de valores, sino en su multiplicidad, lo que
parece escasear en cambio, son los principios en los que aquellos se fundan. El “politeísmo de los
valores” al decir del sociólogo alemán Max Weber, que advirtió esa combinación presente en las
sociedades modernas, y que descompone a las comunidades porque confrontan o son divergentes entre sí, tal el panorama actual de la ciudadanía, en que la tradición languidece y se imponen otras
‘costumbres’.
En efecto, algunos valores se tratan de imponer a otros (por la militancia y presión de sus
respectivos adherentes) para lograr institucionalizarse, generarse como “ley”, de modo que su no
respeto sea criminalizado. En este punto recordemos que el valor popularmente gestado, en un
marco subjetivista, nunca puede ser considerado con base objetiva. Pese a ello, se trata de afirmar
cierto valor, se devalúa a otros valores o los considera no-valores, para imponerlo.
De este modo, se verifica lo que el «filósofo del conflicto» y jurista Karl Schmitt consideraba como
la “tiranía de los valores”, o sea, la pretensión de algunos actores políticos, de establecer
algunos valores como «Supremos», y por tanto que sojuzguen a otros. La apelación a razones
morales y su pretensión de universalidad puede tener efectos devastadores. Nada bueno puede
resultar, cuando los sujetos están animados por el desprecio hacia los valores de los demás.
Cuando el valor se toma como excusa para cancelar, anular o aniquilar al otro, ya estamos
hablando de DISVALORES.
Mientras, ¿Qué pasó en el pensamiento predominante de occidente durante los últimos 50 años de
prédica neoliberal? Cambiaron algunas nociones y sus consecuencias prácticas. Así, hoy la
libertad se entiendo como bien absoluto, sin límites, el sujeto es ‘soberano’, pues existe la
garantía de sus derechos por sobre sus deberes. Los valores de referencia son materiales o de
pura satisfacción al ego. La vida ya no es intangible como desde el cristianismo, un padre parece
disponer del destino pleno de sus hijos, desconociéndoles todo derecho al bienestar, a su condición
diferencial, y a su integridad. Todo es materia de compra-venta, tanto, que se disimula la
esclavitud que después de siglos, está vigente y en expansión en el mundo. El dios dinero, medida
de todas las cosas, expulsó – cual Zeus – al resto de las divinidades del Olimpo y reina casi solo.
Esto implica, que, a diferencia de la antigüedad, donde se entendía que la decadencia del hombre
estaba motivada por su caída en los vicios en lugar de practicar virtudes, hoy los valores son los
contrarios: la posesión de lo material como motor vital. El ego por sobre la dimensión
comunitaria, actualmente desacreditada, y por ello los vínculos se disuelven fácilmente, y el sujeto
se dedica en solitario a la satisfacción inmediata. Por ello decimos que los DISVALORES han
triunfado sobre los valores tradicionales, que resultan desterrados del sentido común, tal como
previó Schmitt.
Si en realidad admitimos que los valores dominantes son mercantiles, tal vez Mercurio [Hermes:
dios del comercio y del beneficio], haya tomado el poder finalmente destronando a su padre. Al final
se trata de una sociedad líquida (Z. Bauman), continuamente cambiante (fluida) en identidades,
con poca sabiduría porque los sistemas artificiales se encargan cada vez más del “saber”, el
problema -en nuestra visión – es que se consagran nuevos derechos fundados en esos
(dis)valores.
La transgresión, la euforia, el instinto, tienen valor en la nueva normalidad. El orden y el
equilibrio se han convertido en disvalores para burlarse y cancelar, las cuestiones ‘serias’ se
banalizan, y el conocimiento, si no es instrumental y de uso inmediato, se desestima. Una suerte de
politeísmo ateo en que cada cual quisiera instituirse en su propia ley. Muy lejos de estimular la
práctica de las virtudes esenciales de la cultura greco-romana. Lo grave de esta inversión de
valores, es que puede (y estamos en camino, observando la conducta del presidente Milei),
convertirse en una tiranía de disvalores.
Concluyendo
Vivimos en una sociedad líquida como ya mencionamos, ningún principio es tomado como
verdadero, pues prevalece el relativismo. Hoy, la ausencia de la verdad es casi un valor. Todas las instituciones se tiñen de nihilismo, nada tiene sentido. Toda referencia anterior es destruida.
Todo se puede profanar pues nada hay sagrado. Es como un revival del paganismo ancestral.
Con el nihilismo, se repudian los principios fundamentales (la decontrucción sería total) de toda
cultura (el saber común y los lazos intra-sociales), y eso induce al individualismo, que crece en la
consideración del sentido común de la sociedad. El mismo nihilismo seduce a muchos
desencantados, oprimidos, fracasados, etc., puesto que suena a una propuesta de abolirlo todo.
Todo es posible para la naturaleza humana en este pensamiento, por eso, muchos creen que las
cosas son, tal como quieren que sean; no hay límites para percibir la realidad circundante y auto
percibirse. Hasta han cambiado definiciones antropológicas.
Esa sensación se vive como un proceso de «liberación» y por tanto como un valor. Los individuos
perciben estas prácticas, comportamientos y situaciones otrora excéntricas, como reafirmaciones
subjetivas de su propio consentimiento, y no advierten la abolición que se perpetra de otros
valores en competencia, y, que su orgulloso personalismo, lo deja como un átomo solitario en el
camino de su realización, despreciando a la comunidad a la que tarde o temprano deberá recurrir.
La tiranía de los disvalores es difícil de apreciar, si no se aplica un profundo pensamiento crítico
a la realidad social contemporánea.
Lo que proponemos es plantarse ante esa tiranía de desviaciones, dar la discusión en todo
ámbito, para procurar, en definitiva, la restauración de los principios intrínsecamente humanos,
y, consensuando colectivamente los que consideramos valores, evitar la angustia de la soledad
egoísta y conjurar el peligro de las fuerzas centrífugas que se ciñen sobre la sociedad.