Interpretando a Niccolo di Bernardo dei Machiavelli
“Es más seguro ser temido que amado, cuando se ha de prescindir de una de las dos.”
No hay odio más constante que aquel que nace del principio fundacional de un régimen. Así ocurre entre la República Islámica de Irán y el Estado de Israel. El primero se edificó con la promesa de erradicar al segundo; y el segundo, con el designio de sobrevivir al primero. Ambos entienden que el otro representa no solo una amenaza externa, sino un veneno interno para su propia existencia. Por tanto, la guerra no es un accidente, sino la continuación lógica de sus naturalezas.
Del principio de la enemistad
En los tiempos del Sha, Irán e Israel fueron aliados por conveniencia, como suelen serlo los príncipes astutos. Pero cuando los clérigos tomaron el poder, se vieron obligados a legitimar su dominio no sólo con leyes religiosas, sino con un enemigo útil. Nombraron entonces al Estado judío como su antagonista absoluto. Esto es propio de los Estados nuevos: necesitan forjar unidad interna por medio del odio externo.
Israel, que es un principado sostenido tanto por la virtud como por la necesidad, entendió desde el comienzo que no podía permitir que el Persa alcanzara el arte del fuego atómico. Desde entonces, ha sembrado muerte en laboratorios, saboteado reactores y destruido cuanto convoy cargara uranio. No por venganza, sino por cálculo. Porque, como ya se ha dicho, el príncipe sabio no espera que la guerra llegue, sino que la inicia cuando le conviene.

De las guerras por medio de terceros
Durante largo tiempo, ambos se han herido sin tocarse directamente. Este arte de guerrear sin guerra es propio del siglo, pero no siempre puede sostenerse. Irán utilizó a Hezbolá, Hamás y a los hijos de la media luna chiita como sus espadas prestadas. Israel, en cambio, prefirió la daga invisible: drones, virus digitales, cielos sin pilotos.
Esta guerra en la sombra permitió mantener la apariencia de equilibrio, que no es otra cosa que la hipocresía de los fuertes. Pero como enseña la experiencia, los odios incubados por largo tiempo suelen estallar con más furia cuando se les quita el velo.
De la fortuna y el error de cálculo
Los hechos de abril y junio del presente año han desnudado la voluntad de los príncipes. Ya no se ocultan. Israel ha golpeado el corazón de Persia con misiles, y Persia ha respondido con fuego sobre las ciudades israelies. Esta guerra no ha sido declarada, pero ha sido emprendida. Y como toda guerra entre enemigos fundacionales, no admite mediación sino destrucción o agotamiento.
La fortuna —esa diosa inconstante— ha dispuesto que ambos cuenten con armas que, si se usan, acabarán no con el enemigo, sino con el mundo. Por eso, esta guerra es trágica: porque quieren vencer, pero no pueden destruirse sin destruirse a sí mismos.
Del consejo a los príncipes
Yo diría, si alguno de estos hombres me preguntara, que el príncipe prudente no debe prolongar las guerras que no puede ganar. Debe hacer la paz cuando aún puede imponer condiciones, y no cuando se vea obligado a rogar por ella. Pero también diría que, si la existencia misma del Estado está en juego, entonces no hay crimen que no sea virtud, ni traición que no sea prudencia.
Conclusión
Así como Roma no pudo tolerar a Cartago, Israel no podrá tolerar a un Irán atómico, y el Irán revolucionario no podrá aceptar la existencia pacífica de Israel. Por eso digo: esta guerra no es por Gaza, ni por Siria, ni siquiera por el petróleo o los misiles. Esta guerra es por la supervivencia de la forma de gobierno de cada uno. Y cuando eso está en juego, las leyes ceden, y sólo queda la fuerza.
“Cuando se trata de la salvación de la patria, no hay que considerar lo justo o lo injusto, lo piadoso o lo impío, sino lo que la salve o la destruya.”
Del arte de la guerra cuando la guerra ya no es una opción sino un destino

En los días en que el Levante arde y los príncipes se desangran por el honor de la razón de Estado
“Los hombres olvidan más fácilmente la muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio.”
De los hechos consumados
Han pasado apenas días desde que el mundo asistió al quiebre definitivo del orden tácito entre Israel e Irán. Las palabras fueron sepultadas por los misiles. Hoy, el intercambio bélico no sólo continúa, sino que se ha intensificado:
- Israel ha bombardeado refinerías, instalaciones militares y depósitos de misiles en Teherán, Natanz y Bandar Abbas.
- Irán ha respondido con ataques balísticos sobre Tel Aviv, Ashdod, Dimona y Haifa, utilizando misiles de mediano alcance lanzados desde su territorio y también desde bases de sus aliados en Irak y Siria.
- Las bajas civiles se cuentan por cientos en ambos bandos. La aviación israelí ha sido avistada operando abiertamente en espacio aéreo de países que hasta ahora guardaban neutralidad.
- El sistema de defensa Cúpula de Hierro, por primera vez, muestra signos de agotamiento.
Este es el punto al que todo príncipe llega cuando deja de creer que puede contener la fortuna. Lo que era disuasión ha devenido necesidad. Lo que era sombra, ha tomado cuerpo.
De los principios que se sacrifican por la supervivencia
Muchos se preguntan si esta guerra es racional. Yo digo: no hay nada más racional que matar cuando el ser de un Estado está en juego. Israel sabe que Irán no puede poseer la bomba. Irán sabe que retroceder es abdicar de su papel de potencia revolucionaria. Así, la única salida para ambos es la destrucción simbólica del otro: si no puede ser real, debe ser demostrada.
Los ataques actuales no buscan conquista, sino humillación. Y ese tipo de guerra, donde se golpea el rostro y no el corazón, es la más larga y cruel.
De los aliados que observan y se preparan
Los aliados no están callados, sino calculando.
- Hezbolá ha intensificado sus ataques desde el sur del Líbano.
- Yemen, desde su costa, lanza drones hacia Eilat.
- Turquía, China y Rusia piden contención, mientras estudian cómo redibujar el tablero cuando los príncipes se destruyan entre sí.
- Estados Unidos ha enviado refuerzos al Mediterráneo, no tanto para defender a Israel, sino para no perder presencia en un Medio Oriente que se reordena.
De lo que está en juego
No es Gaza. No es el petróleo. Es el tipo de orden que reinará en el siglo XXI.
Israel representa la lógica occidental de la seguridad basada en la anticipación absoluta.
Irán representa el ideal revolucionario de la resistencia y el castigo a la arrogancia imperial.
La guerra entre ellos es el reflejo de un mundo que ya no tiene centro, sino múltiples fuegos.
Epílogo
“Hay que ser zorro para conocer las trampas, y león para espantar a los lobos.”
Hoy ambos príncipes se han quitado la máscara. Ya no hay diplomacia, sólo cálculo brutal.
El que actúe con mitad de virtud y mitad de esperanza, perderá.
