Circula desde el año pasado un interesante trabajo de una socióloga y escritora franco-israelí, Eva
Illouz, que se titula “La Vida Emocional del Populismo”. La autora es reconocida por importantes aportes académicos en las ciencias sociales, especialmente los que versan sobre la mercantilización de las emociones en el mundo capitalista, y estudios sobre la cultura popular.
Ese trabajo, en el que analiza –centrándose en el caso de Israel contemporáneo [bajo el liderazgo
de Benjamín Netanyahu y su partido Likud en alianza con sionistas], y con alusiones a otros estados del “primer mundo” [V. Orbán, Le Pen, Meloni]– el fenómeno actual de cómo ciertos sentimientos estimulados o insuflados a la masa social por parte de gobiernos populistas, representan un socavamiento a la democracia, dañando las condiciones de vida de las mayorías, debilitando las instituciones, y, aun así, los propios perjudicados siguen sosteniendo esos regímenes.
Nuestro empeño entonces, y, partiendo de nuestra caracterización del gobierno “libertario” de J. Milei, como populista de extrema derecha, se aboca a explorar esta aparente paradoja en nuestro ámbito nacional, utilizando algunas premisas conceptuales del trabajo citado. Qué emociones coinciden con las descritas por Illouz [el miedo, el asco, el resentimiento y el amor “patriótico”], y se plasman en la arena política que alimenten o corroan a la democracia.
Las emociones populistas confrontan a las personas, generan violencia directa e indirecta, ignoran posiciones diferentes, inflaman la imaginación de una masa y sirven al líder para mantener el poder. Hoy, Estados Unidos, bajo el mandato de D. Trump repotencia esa experiencia, la que suma a los ejemplos regionales (J. Bolsonaro, N. Bukele) y locales. Por tanto, comprender su dinámica es esencial para contrarrestar una tendencia que se vuelve cada vez más agresiva y entendemos representa una grave amenaza a la democracia.
La mecánica y el “objeto de estudio”
Coincidiendo con la premisa de que los movimientos políticos de tendencia derechista, a través de reacciones simples y demagógicas, estimulan y explotan emociones como el descontento de las élites [“casta”] o alentando el asco a los ‘diferentes’, edificando así mediante el enfrentamiento entre los ciudadanos, un régimen que socava los cimientos de la comunidad política y la posibilidad de un futuro común [pilares básicos de la democracia].
El gran filósofo alemán Theodor Adorno decía: “el fascismo no es un accidente de la historia, como tampoco es una aberración; más bien, funciona dentro de la democracia y es contiguo a ella”. Cualquier sentimiento como el miedo desmedido a la inseguridad, la sensación de supremacía sobre algún sector social en particular, etc., contrarían las emociones de una sociedad «decente» [democracia plena], en la que van de la solidaridad a la fraternidad. Asimismo, téngase en cuenta que esas agitaciones exacerbadas desde el poder –el resentimiento como máxima expresión –, a la larga, moldean los estilos de gobierno y la cultura del país profundamente.
Como dijimos al inicio, con sus particularidades, la gestión de J. Milei se reveló como un cambio drástico en la política, pero en consonancia con cierto proceso global que se verifica en otras latitudes. Su discurso, crecientemente reaccionario, y sus políticas concretas, o propuestas, desconocen derechos adquiridos y hasta garantías constitucionales. Y, a pesar de haber recibido críticas e importantes movilizaciones populares en la calle protestando por algunos de sus abusos, una gran porción de los habitantes permanece fiel al nuevo credo autoritario, aunque retóricamente «liberal».
Creemos entonces necesario tratar de responder a ciertas dudas básicas del comportamiento social, tal como el modo en que emergen las tendencias fascistas en la sociedad, o las “razones” que motivan el voto de respaldo de sectores cuyos intereses son afectados por esas políticas, o la arbitraria ausencia del Estado de los conflictos de beneficios a repartir. Se vota a quien profundiza las desigualdades y socava acuerdos democráticos que tanto costaron conseguir.
En este punto es conveniente formalizar una necesaria distinción; que existan tendencias fascistas arraigadas en determinada sociedad, que, frente a algún estímulo emerjan a la superficie conductualmente o en forma de opinión pública, no implica que se pueda clasificar el modo de gobierno como régimen fascista, ya que ello implicaría otros aditamentos, institucionales, por ejemplo.
Volviendo al pensador alemán, aquel decía que los movimientos fascistas se daban en ciertas condiciones socioeconómicas, pero que la base social de tales experiencias, la constituye la burguesía –en nuestro país, sumamos a la burguesía real, un importante sector aspiracional, que actúa de consuno con la «patronal»– que, enfrentando una crisis económica, con deterioro extendido de las condiciones de vida, se rehúsa a perder sus privilegios y abandona su estado latente para expresarse en modo no democrático, en función de su miedo a la movilidad descendente, tal como considera una tradición sociológica a la simiente del fascismo. El desclasamiento en esa “lógica” busca culpables, no en el sistema matriz en que se produce, sino en otros grupos sociales (en general minoritarios) construyéndolos como enemigos internos [inmigrantes, cabecitas, estudiantes o pacientes extranjeros, etc.].
Cerrando el acápite, digamos que un régimen es proto fascista cuando un gobierno populista [su clase dirigente al poder], mediante un proceso político con tendencia regresivas y predisposiciones antidemocráticas (decisiones arbitrarias, inconsultas, exorbitantes, etc.), hace uso del Estado para atentar abiertamente contra el orden democrático (desatendiendo el interés o pronunciamiento de las mayorías) y el Estado de derecho.
El camino de ida
En definitiva, esas tendencias fascistas que pueden consolidar un régimen fascista, ¿cómo surgen?
Se pueden identificar tres procesos en el estudio de la socióloga citada.
1.- Del cuestionamiento a la democracia como un sistema que no logra integrar y garantizar el nivel de vida de los diferentes sectores sociales. La rebeldía y la transgresión, o sea, la idea de “cambio” de un sistema que no da respuestas, toma la dirección que los actores sociales que lo impulsan deseen. Cuando la izquierda se retrasa en la propuesta, la derecha siempre más ordenada y preparada, se impone.
Siempre con un discurso victimizándose, la derecha (aunque en realidad sea parte, responsable u origen de los problemas) logra captar votos desde la pura crítica (sin argumentaciones lógicas), electores sobre los que implementa –una vez en el poder–, programas socio-económicos sumamente reaccionarios y conservadores en lo cultural.
2.- En la era de la «posverdad», el sentido de la realidad se construye con narrativas que estimulan ciertas emociones (miedo, asco, resentimiento), y no importa si esos sentimientos son verdaderos (reflejen hechos reales), sino que se perciban en la sociedad, pues en nuestra época, las impresiones, emociones y sensaciones juegan a la par de la evidencia empírica o científica, de la voz de los expertos, etc. Se crean así “climas de época” que habilitan ciertas acciones, que no por casualidad, tienen tendencias fascistas.
3.- En una sociedad pauperizada (después de tanta experiencia neoliberal) fragmentada y con
‘particularismos’, la movilidad descendente atemoriza a quienes algo poseen, tanto como la falta de horizontes con expectativas positivas de bienestar incluso para los desposeídos. A ello además se agrega un cambio en el orden socio-cultural paradigmático (la atenuación del patriarcado, por ejemplo), que desestabiliza a un amplio sector que tarda en adaptarse, y genera un fuerte deseo de encontrar certidumbre.
Políticamente el fascismo es lo que ofrece (aunque sea aparente o temporal). Ese fuerte temor al futuro, les hace –a muchos– resignar hasta ciertas libertades, derechos y garantías con tal de ser liderados hacia un proyecto claro y tranquilizador que les promete restaurar privilegios o roles de supremacía (masculina, por ejemplo).
El manual del fascismo aplicado
En todo régimen autoritario, totalitario o fascista, las conciencias – como ya dijimos –, se ganan
provocando fuertes emociones, antes que apelar a la reflexión o al pensamiento crítico. Nada mejor para ello, que lanzar consignas efectistas para un «núcleo duro» de la fuerza de derecha emergente, y también para el perfil del potencial militante que se siente molesto o demandado de adecuar a las nuevas formas. La misoginia o el hipermasculinismo son típicos recursos para anteponer al progresismo, al que odian.
Pero lo estratégico, es el sistemático ataque al Estado de derecho y sus instituciones, y al propio Estado como superestructura. En ese sentido, generan y difunden teorías conspirativas acerca del funcionamiento estatal y sobre los empleados públicos. Esas demonizaciones derivan en la creación de enemigos internos en el imaginario público.
Las confrontaciones entre sectores sociales así provocados (orcos y gente de bien, etc.) amén de distraer a las masas del verdadero conflicto del sistema económico, culpabiliza a determinados fragmentos de la sociedad, bien sean marginales sin representación, partidos de oposición, o, las “élites” [casta] de la comunidad. Claro que, a estas últimas en realidad, no persiguen ni condicionan; todo lo contrario. Todas estas luchas internas, se convierten en sustituto de la Política.
Una vez en el poder, el derrotero del liderazgo autoritario o fascistoide, pasa por arrasar cualquier institución (órganos de control, legislativos o judiciales) o instituto (ley), que pueda representar una limitación al poder del Ejecutivo. En el discurso oficialista, los opositores, resultan ser representantes de las élites (culturales, sociales, obreras, etc.) que el ‘pueblo’ odia, por lo tanto, son enemigos del pueblo, no sus mandatarios.
Apuntes sobre el contexto
Hoy se vive un problema político crucial que transitamos socialmente: la posibilidad de vivir juntos en sociedades sumamente polarizadas. Los sectores dominantes, a través de sus comisionados en el poder formal, han establecido un discurso de odio e identificado a un sector o fuerza política como la causa de todo mal en la nación, con la consiguiente construcción en el imaginario colectivo, del «enemigo» a eliminar por el “bien del país”; aquellos que gobernaron en los últimos 85 años”. Sin embargo, no aluden a las desastrosas experiencias de las dictaduras o gobiernos “liberales” de derecha, con sus secuelas de alto endeudamiento y destrucción patrimonial del país. Sino al democrático peronismo, con énfasis en su versión krichnerista.
Mas concretamente, en el proceso político actual, en el que la convivencia democrática se ve esmerilada a diario, podemos advertir al menos dos datos analíticamente relevantes: la habilidad de los personeros de la derecha local (libertarios o conservadores) en captar el sentimiento de resentimiento social, que se ha generalizado en virtud de una crisis económica persistente, –que ningún gobierno en la última década parece poder resolver–, y, explotarlo para convertir los individuos resentidos en adherentes a su “causa” para salir de la misma, habiendo logrado una mayoría circunstancial, que, disminuye lentamente. Objetivamente, las herramientas que ha empleado la administración Milei para “resolver los problemas estructurales definitivamente”, no han sido fructíferos, sino todo lo contrario, pero como siempre remarcamos, se trata de percepciones o expectativas que perfilan la conducta cívica, no de un acompañamiento razonado ni mucho menos crítico. Es la subjetividad epocal.

Grageas Reflexivas
Volviendo al marco, el antídoto para contrarrestar las emociones negativas y violentas que dan base a decisiones ciudadanas equívocas, como que «todo es igual», y estigmatizar al diferente, que prevalecen, ya que son estimuladas por el gobierno autoritario y filo fascista (en nuestra valoración) actual, es solo posible desde la sociedad civil y la oposición política, promoviendo la verdadera libertad de elegir, con justicia y equidad como valores rectores, que son los que fundamentan la práctica democrática, adversa al camino fascista. No contraponer la consigna del «Amor» vence al odio, que en política es inconducente, por inocuo, como advirtiera Hannah Arendt en La condición humana.
Asumir el conflicto es connatural a la sociedad humana. Sin tolerancia a los desacuerdos la cohesión y un destino común son imposibles. La discrepancia de opiniones no debe convertir en enemigos a unos y otros, sino ser una invitación al diálogo. Aceptar esto es un comienzo de inmunización contra el fascismo, y de rechazo a los políticos que pretendan explotar las diferencias para dominar a todos. El pluralismo y la fraternidad van de la mano y fortalecen a la voluntad popular soberana.
Algunas conclusiones
Hemos apuntado que cuando un gobierno autoritario, populista de derecha, ‘anarco-libertario’, etc.,
se siente apoyado por una relevante fracción del pueblo y sus representantes, comienza a socavar las instituciones de la democracia desde dentro, minan las bases de la comunidad política y hasta cuestionan la posibilidad del futuro común, llevando a una muerte lenta a la debilitada democracia.
Con sus exacerbados discursos superficiales, simplistas y demagógicos, confunden a gran parte de la sociedad acerca de las causales de sus frustraciones materiales y morales (desigualdades, injusticias). No se advierte la concentración económica que crece sin cortapisas, incluso facilitada por el propio gobierno “populista liberal”. Emerge un antagonismo emocional entre partidos o sectores sociales, que se plantea como democrático, porque todavía se preservan algunos marcos normativos, electorales, de representación, etc., que mantiene las apariencias de una república en orden democrático. La realidad es que los grupos poderosos como corporaciones y grupos de presión, utilizan al Estado –vía sus funcionarios con mandato– satisfaciendo sus intereses en detrimento del demos, que, debilitadas las instituciones que garantizaban su soberanía, ya no es realmente así.
De la experiencia histórica, hemos aprendido que el proto-fascismo reconoce un esfuerzo en constituir un determinado clima de opinión y una atmósfera pública, que facilitará el advenimiento de un régimen de ese tipo sin luchas ni resistencias.
“… Crear una voluntad general a partir de la multitud de deseos generales no es un misterio
hegeliano, como han imaginado tantos filósofos sociales, sino un arte bien conocido entre los líderes, políticos y comités directivos…” enseñaba Walter Lippmann en El público fantasma. La relevancia en el tema que tratamos, se vincula con la capacidad de algunos políticos en emplear la retórica en la esfera pública para moldear emociones o atmósferas afectivas. En otras palabras, la posibilidad de manipular interpretaciones de hechos pasados, presentes o futuros, volcando sus propios sentimientos (y percepciones), para lograr identificación con sus electores efectivos y potenciales.
Javier Milei, es elocuentemente un orador muy emocional, y a juzgar por las adhesiones conseguidas, persuasivamente eficaz generando cierto marco de sentido resignificando [dándole un cauce] ideas y emociones “de la gente”, especialmente si ellas traducen algún malestar social.
De cualquier modo, téngase presente, que las emociones son tanto una respuesta a la realidad
como a los objetos imaginados.
Retornando a la tesis de Illouz, remarcamos dos de sus conclusiones a las que adherimos, especialmente aplicando su marco teórico a la realidad argentina actual que cotidianamente analizamos; a)- el populismo “libertario” es la antesala de un régimen autoritario, sin ser fascista puede ser su antecedente y b)- algunas emociones políticas fomentadas por esa corriente, distorsionan el campo de la percepción en forma crítica.
Hay ideologías como la libertaria, que delimitan marcos interpretativos de la vida social, que
resultan así viciados, e inhibidores del razonamiento crítico. Su máximo peligro consiste en que se trata de una respuesta política dentro del marco democrático en su nacimiento, pero es una tendencia, un conjunto de orientaciones e ideas pragmáticas regresivas que, tarde o temprano, limitarán el sistema de soberanía popular.
La ciudadanía debería estar avisada de no comprar soluciones “contaminadas” a problemas, demandas y dolores reales. El populismo de derecha como el “anarco-capitalismo”, sabe explotar la gran carga de emotividad de la política como arte, por ello ha sido muy exitoso recodificando el malestar social verdadero, en favor de los auténticos causantes de aquel fastidio [frustración].
Mención especial a los medios de comunicación hegemónicos que, difundiendo determinados
contenidos problematizando cuestiones creadas artificialmente, coadyuvan al discurso oficialista en su propósito de cooptación [voluntades que concurren a la «causa»], generando miedo [para Maquiavelo y para Hobbes, una importante herramienta para dominar], o confusión ideológica [inhibiendo rebeldías]. O sea, haciéndolo atractivo, incluso para grupos socialmente oprimidos, o, para simpatizantes cuyos intereses económicos resultan objetivamente dañados y que, aun así, mantienen expectativas positivas. El quid está en que este populismo extremista es, en definitiva, una política de «identidad», la gente se identifica con lo que desde el poder le reflejan, como si de un espejo se tratara.
Quien domina el temor y la incertidumbre con credibilidad, es capaz de dominar la arena política. Ese es el peligro que hay que conjurar. Una sociedad como la nuestra, que no perciba un futuro claro y estable, puede admitir que un gobierno ignore el derecho y suspenda garantías todo en pro de un camino de salvación “al final del túnel”. Estados de excepción diría Carl Schmitt.
Control social y elusión de leyes sin costo político.
Como epílogo de este artículo, resta formular dos advertencias a la ciudadanía;
1.- Evitar ser manipulados por el populismo liberto-conservador, que ya muestra claramente como los sectores económicos concentrados se benefician del laissez faire, mientras las grandes mayorías son divididas en antagonismos sectoriales, una disgregación sin modificar las críticas realidades de ninguno de ellos, sin tampoco ofrecer un plan nacional estratégico para el conjunto, ni una visión colectiva, poniendo así en riesgo, la coexistencia de la nación argentina a mediano plazo.
2.- La Democracia por ahora, y siempre que el gobierno no se perciba amenazado, se preservará
atenuada y formalmente, pero por su propia impronta evidenciada en su primer año de gestión, puede llegar a subvertirla totalmente en otra coyuntura, y en ese caso nos enfrentaremos al fascismo como hecho consumado.
La democracia por definición exige compromisos y participación, la pasividad frente a los
agravios, es traición a sus valores.