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LA TECNOLOGÍA AL SERVICIO DEL CONTROL SOCIAL -Parte II- (Final)

por Roberto Candelaresi23 octubre, 202523 octubre, 2025Informes y Opinión, Política y Geopolítica

CONCIENTIZACIÓN, RESILIENCIA Y REBELIÓN

Racconto

En la 1ª parte abordamos lo que, a nuestro criterio, se presenta como un serio problema en la era de la tecnología digital y las redes sociales; que son las nuevas formas y desafíos preocupantes que el control social ha adquirido con instrumentos innovadores ya en pleno uso. Preocupación que en general, no parece compartir la clase política de nuestro país y región.

Planteamos serias inquietudes por la instantaneidad en que se difunden la información e igualmente la desinformación, ante la permeable [influenciable] opinión pública. Los canales de las redes sociales y motores de búsqueda son susceptibles de ser manipulados por sus gestores (propietarios) y gobiernos asociados, para amplificar información falaz, teorías conspirativas o noticias sesgadas, por ejemplo.

La desconfianza en medios serios, incapacidad de discernir verdad de engaño, todo conduce a desdibujar debates serios, y la posibilidad de que exista manipulación y polarización. También señalamos que la misma tecnología facilitó la vigilancia masiva y la invasión dela privacidad. Esas herramientas digitales y sofisticados algoritmos rastrean y recopilan datos personales sin nuestro conocimiento o consentimiento.

También advertimos de los riesgos sobre la autonomía y la libertad individual, ya que la información privada se utiliza para la segmentación y la manipulación de la conducta. Son instrumentos para el control o eventualmente la coacción de las personas, usado tanto por corporaciones como por gobiernos, lo que referimos como control social distópico.

Cámaras de eco y burbujas informativas, son el resultado de algoritmos que nos agrupan por preferencias o puntos de vista (lo que incentiva la polarización en el seno social). El problema radica adicionalmente, en que cuando las personas se exponen solo a perspectivas afines, se tornan menos propensas a considerar diferentes visiones, debilitando la capacidad social para el diálogo, la empatía y la búsqueda de soluciones comunes; elementos centrales de la Democracia.

¿La tecnología, una inocente acusada?

La interacción entre la (alta) tecnología y el control social distópico, es absoluta responsabilidad de los operadores de aquella, que como ya hemos establecido como ‘definición’, se trata de métodos y herramientas utilizados para facilitar soluciones de problemas. Siempre –en todo caso– esa ciencia aplicada, será instrumental en el proceso de comunicar, informar, computar o entretener a la comunidad. Cuando esa infraestructura, sistemas y dispositivos en red se utilizan con fines ocultos, es enteramente compromiso de quienes los manipulan y controlan. La electrónica solo canaliza instrucciones y transforma datos en productos.

Por otro lado, esos aspectos negativos pueden inhibirse si la tecnología es empleada aprovechando sus oportunidades para abordar esos desafíos desde una visión opuesta, promoviendo justicia y equidad. Con ella, se puede aumentar la transparencia y la rendición de cuentas. En efecto, hay tecnologías que proporcionan registros seguros y transparentes de transacciones (blockchain, por ejemplo) para evitar estafas financieras o prevenir actos de corrupción.

Difundida y al alcance de todos, empodera a los ciudadanos de un país, pues le proporciona acceso a información y recursos que no se limiten a unos pocos. La conectividad global y las plataformas en línea, ofrecen nuevas formas de participación ciudadana, permitiendo a las personas organizarse, expresar sus opiniones, y abogar por el cambio social.

Hoy, sin embargo, el desarrollo tecnológico, la globalización neoliberal y la concentración de la riqueza hacen que el poder de controlar la vida humana y no humana ya no esté sujeto al escrutinio democrático.

Lo primero que hay que despejar, es la impotencia de no entender el fenómeno, y o de su alcance. Se requiere tener además otras perspectivas [léase narrativas] que no sea la del “Silicon Valley”, ni de su agenda.

En cuanto a las redes, todas cuentan con disimulado poder de censura, deberían dejar libres de toda cortapisa las opiniones vertidas por los participantes, pues nadie (formal o legalmente) les concede a los gestores el derecho a establecer que discurso es legítimo y cual no.

La reputación progresista que tiene el sector tecnológico es engañosa e inmerecida: arropado originalmente con «la utopía digital» (democratizadora), hoy sus tendencias son netamente conservadoras, como la celebración de la riqueza y la asociación con el poder [elitista].

La Democracia vulnerada

En la actualidad, la mayoría de los gobiernos nacionales se consideran democráticos. Pero la democracia —en la medida en que ha logrado regular el capitalismo en un país— está severamente limitada y solo se tolera en la medida en que favorece la expansión infinita de la acumulación capitalista. Si bien los estados nacionales más poderosos aún ejercen el poder formal, el poder real que determina sus decisiones, se concentra en manos de un número muy reducido de plutócratas, algunos visibles, otros —en su mayoría— anónimos. Este poder real se amplifica hasta límites casi inimaginables por la fusión tóxica de la capacidad tecnológica para controlar la vida de vastas poblaciones hasta en cada detalle, y, la capacidad financiera para comprar, cooptar, extorsionar o eliminar cualquier obstáculo a su dominio.

En un entorno de tecno fascismo y tecno terrorismo global como el que atestiguamos hoy, el capitalismo euro-norteamericano se prepara activamente para pasar de la guerra fría a la guerra caliente. Ante la mirada inexpresiva o lastimosamente impotente de sus ciudadanos, se prepara un extraño reparto internacional del arte del mutuo exterminio: Europa versus Rusia, EE.UU. versus China, básicamente.

La tecnología o está al servicio de todos, o al servicio de su dominación. Por eso, su control y administración, necesariamente deben estar bajo el escrutinio democrático.

El ciber populismo allá en el Norte como en el Sur

Unos cuantos políticos allende fronteras, han desempolvado algunas técnicas que, en el pasado, hicieron prosperar regímenes de férreos dominios sobre la población, que les garantizó acceder al gobierno, y, cierta estabilidad y permanencia en el poder.

Así, reflotaron campañas de desinformación, que, con los medios tecnológicos actuales, canalizaron con alcance casi absoluto en la comunidad objetivo. Aprovecharon la irritación de mayorías ciudadanas por ineficacias de gobiernos precedentes, en resolver problemas colectivos, para seducirlas con propuestas (supuestamente) heterodoxas.

Fijaron lemas sencillos y pegadizos, estimularon miedos sociales fundados en falacias, generaron rencores y desprestigio hacia contrincantes con argumentos infundados, y en general, crearon un clima de incertidumbre extendido, que lleva a las sociedades democráticas a despreciar la cultura liberal y anhelar la seguridad de un orden autoritario.

La estrategia no solo tiene como objetivo acallar (por sordina) a disidentes, sino colonizar al electorado (o gran parte de él) con persuasión por engaños, normalmente basados en desinformación, que, por su inmediatez, masividad y simplismo, no son fáciles de contrastar con argumentos reflexivos, académicos o de analistas serios en los medios masivos. La opinión pública es manipulada por este nuevo populismo digital de la posverdad, muy penetrante con sus nuevos medios, y conocimientos de la Big Data.

En esta guerra contracultural, con propaganda anticientífica, historias falaces, eslóganes agresivos y excluyentes, sin verdaderos debates, se erosiona los valores democráticos.

En tanto, por estas latitudes, apareció un personaje que parece de ciencia ficción, el panelista Javier Milei, con su halo de (pretendido) rockstar, empleando todas las herramientas descriptas del populismo digital, generó una poderosa narrativa, proponiendo una suerte de libertarismo, que se aproxima a una “anarquía” regida por el capital concentrado, (lo que, en rigor, equivaldría a un oxímoron), pero, empleando todos los medios tecnológicos, logró avanzar con su propuesta cautivando masas decepcionadas o en rebeldía con el sistema político ‘tradicional’.

Decididamente toda su estética remite a una fantasía tecno-utópica, con la que pretende gobernar la realidad misma, y a las personas. Su acercamiento a Trump, pero mucho más elocuentemente, a Elon Musk, lo define como un admirador (y partícipe) de la nueva configuración que llamamos tecno fascismo.

Algunas propuestas para conjurar el “peligro digital” sin control

Los derechos elementales como es conocer el uso real de los datos filiatorios, comerciales, financieros, y preferencias políticas, etc. de los habitantes, deben ser garantizados por el Estado, junto al derecho primordial (consagrado constitucionalmente) a la privacidad. Tanto en la órbita administrativa cuanto judicial, normativizando actividades que no siempre están claramente reguladas. Se requiere, en definitiva, una gobernanza conveniente de la tecnología.

Otra tarea que el Estado debe encarar perentoriamente, es el fomento a la alfabetización digital y mediática, como también estimular el desarrollo del pensamiento crítico, a modo de contenido a insertar en las currícula escolares, ampliando la capacidad de discernimiento entre información confiable y desinformación para los nóveles ciudadanos.

Se puede exigir a las corporaciones ‘tecnológicas’ a responsabilizarse éticamente, para – empleando sus propios controles automatizados – evitar propagar y amplificar la desinformación o las técnicas propagandísticas de manipulación. Uso consciente y responsable para todos los usuarios de redes y aplicaciones, y cualquier otra innovación que implique comunicaciones y vinculación entre personas.

Las garantías a la privacidad, la autonomía y a la libertad de expresión deben ser consagradas legalmente, y responsabilizar al Estado Nacional de su tutela. Las empresas tecnológicas o sus representantes legales deben ser obligadas a comprometerse a cumplir con estándares éticos definidos en conjunto, con la sociedad civil (entes ciudadanos de diversas perspectivas con legítimos derechos representados) y bajo el patrocinio del Estado.

En lo puntual, se deberá regular toda actividad de procesos digitales autónomos, a fin de evitar los riesgos de que la automatización, y fundamentalmente el procesamiento de las cuestiones públicas mediante inteligencia artificial, deriven en sesgos y discriminaciones. Ya que esos sistemas funcionan con algoritmos de aprendizaje automático, entrenados con ciertos récords históricos de la actividad humana en el campo del que se trate. O sea, por imitación al proceso decisorio humano. El grave problema es que puede adoptar sesgos, discriminaciones, parcialidades, etc. propias del vicio humano y su imperfección, y eternizarlos aplicando tales criterios éticamente erróneos. No los va a corregir, si no tiene una guía para ello.

En la misma línea de pensamiento, la desigualdad socioeconómica ‘consagrada’ en los sistemas sociales, judiciales, etc., cuando se ponderan los factores socioeconómicos en sus padrones, pueden persistir en el futuro, si no se depuran las estadísticas. Los algoritmos serán siempre herramientas complementarias, pero no pueden reemplazar el criterio decisorio ético humano.

Aun así, toda la data que emplean los sistemas algorítmicos en su “entrenamiento” debería ser depurada para atenuar los sesgos existentes, evaluando la representatividad real de los datos y los contextos sociales. Adicionalmente, junto a la necesaria supervisión, garantizando lo justo, la equidad y los derechos de las personas, son fundamentales la aplicación de los principios de transparencia y la rendición de cuentas para con los operadores de estos sistemas inteligentes.

La evaluación debe ser constante, y ejecutada por un equipo multidisciplinario y en concurrencia con representantes de la sociedad civil.

Concluyendo

Usando tecnología, el control social ejercido, se vale de la información captada de la comunidad, que se aplica en las decisiones gubernamentales (acumulando legitimidad), o en estrategias de mercado (para acumular riqueza). El influjo de los medios es tal, que crea corrientes de opinión, una influencia directa sobre los individuos, y así recicla el mismo control social.

Los medios de comunicación sociales y las redes sociales, son usados indiscriminadamente por el poder formal, tanto como el real, para direccionar a la sociedad hacia sus propios objetivos. Incluso pueden (y lo hacen) crear realidades paralelas.

La desinformación, de naturaleza antidemocrática, la vimos como arma dilecta de los estamentos del poder, para incluso, modificar comportamientos sociales.

La batalla cultural del siglo XXI, se libra – sobre todo – en el terreno simbólico, afectivo y cultural. Se trata de identificar, desenmascarar y enfrentar los nuevos monstruos que surgen en esta época de crisis, al decir de Gramsci. Al poder consolidado, con armas cada vez más sofisticadas, no se lo combate con reformas superficiales, sino atacando sus raíces.

Según Byung Chul Han, el control social se ejerce través de la seducción, la transparencia, el rendimiento y la vigilancia voluntaria. O sea, el nuevo régimen de dominación opera desde la positividad, y su mejor herramienta es hacer que el dominado se crea libre.

Se requiere entonces, tomar consciencia, comprender esta dinámica del uso de las redes y canales digitales con su narrativa mendaz pero atractiva. Una forma de dominación disfrazada. Se trata de reconocerla para cuestionarla, mitigar la exposición ‘obligatoria’ y resistirla. En definitiva, formulando una crítica profunda al control social tecnificado.

En el plano «operativo» [táctico], la contrahegemonía se debe manifestar apropiándose de los instrumentos de control y ‘armas’ tecnológicas, para usarlos en el sentido inverso (antagónico). Explicitando siempre el disenso, para minimizar el poder de alienación, y regenerar la idea en el imaginario colectivo, de que existe otro mundo de auténtica libertad [en verdadera democracia], que merece ser vivido.

Octubre de 2025

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