EL ORDEN MUNDIAL AGRIETADO. ¿VUELVE A REINAR EL PODER DURO PARA ORGANIZARLO? [una prospectiva geopolítica]

Introducción


Con el regreso de D. Trump al poder en la White House, se vuelven a tensar las relaciones
transatlánticas
, lo que puede derivar en un cisma occidental. Pese al destrato que recibe Europa
por parte del hegemón, por ahora, el antiguo continente no parece tener capacidad de respuestas
efectivas y se reacomoda en una posición de acostumbrado vasallaje. Ante la hostilidad americana
ofrece subordinación (al menos temporalmente).
Europa, por la desconsideración estadounidense, se siente desprotegida ante el coloso ruso, sin
embargo, en su indisimulada participación en la guerra ucraniana, de cuya génesis también es
parcialmente responsable, con las acciones provocativas y temerarias, de al menos, las potencias
que lideran la región (Reino Unido y Francia), están incrementando el riesgo de una detonación
continental general
.
La Unión Europea, frente a la intervención militar rusa en Ucrania, adoptó una intransigente política
antirrusa, desconfiando de la palabra del Kremlin, que sin embargo fue siempre coherente y
preanunció las acciones a tomar. Justamente lo contrario a la ya añeja actitud violatoria de la
palabra
de Europa occidental (junto a EE.UU.), especialmente de los nucleados en la OTAN,
evidenciadas en el incumplimiento sistemático de las promesas hechas a Moscú, cuando se
desarticulaba la URSS y el Pacto de Varsovia.
No hay datos objetivos para calificar a la Federación de Rusia como una amenaza. Sin embargo,
Bruselas desconfía de Moscú, y plantea un rearme a sus asociados, creándole fantasiosas
necesidades estratégicas (como si la paz fuera imposible de sostener). Proponen salvar la
«democracia ucraniana» (como si no fuera una autocracia de poderes con mandatos vencidos,
prorrogados en el poder al amparo de la ley marcial que impide realizar elecciones), frente a la
‘agresión’ de un gobierno autoritario de Moscú.
De cualquier modo, realizando que Estados Unidos profundiza su declive en cuanto a primera
potencia mundial, y que principalmente China, utilizando los caminos abiertos por la globalización,
avanza a marcha ligera ocupando posiciones claves en el comercio mundial, y en la adquisición y o
control de recursos, el gobierno de Trump patea el tablero mundial al fijar altos aranceles, para
proteger a su propio mercado rompiendo con aquella globalización.
Perdido el liderazgo en el campo de la tecnología, la producción y de la vanguardia mercantil,
cuestionada su supremacía militar por los rusos en el campo real de la guerra, solo le resta al
poder americano, el manejo de las finanzas globales y el menguado poder del dólar [altísimo
endeudamiento de su Tesoro (119% del PBI)] como moneda eminente de reserva y pago en el
intercambio internacional. El cimbronazo es global. El aislacionismo estadounidense, refuerza
los regionalismos, la multipolaridad, en definitiva, donde los agrupamientos por intereses
comunes serán la lógica salida del viejo orden.


La estrategia de Trump


En lo que parecen coincidir la nueva dirección de Washington con el Kremlin y otras naciones
relevantes, es con la búsqueda de políticas más conciliadoras frente a los conflictos (que
habiliten las exigencias de los poderosos), claro que con dos salvedades; los designios de Israel
serán respetados, pero la voluntad del destino chino debe ser confrontada.

Trump parece desautorizar casi todas las decisiones que tomara su predecesor demócrata J.
Biden, en casi todas las materias, mutando las prioridades conforme al lema «America First». Su meta consiste en obtener concesiones y recursos de otros Estados, hacer “tratos” indiferentes a la ideología y las alianzas. Su propósito de anteponer –en todos los asuntos exteriores– los intereses estadounidenses los demás actores, ya está alterando hondamente las relaciones de Washington con el resto del globo.
Alguien dijo, que la mirada geopolítica del billonario republicano, no se asemeja al tablero de ajedrez donde amigos y hostiles se disputan regiones tratando de establecer la superioridad en ellas, tal como lo han hecho los demócratas, sino mas bien, se puede representar como un gran tablero de «monopoly», en el que varios rivales luchan por el control de los bienes (recursos estratégicos) anhelados por todos, estableciendo – en lo posible – un monopolio de oferta. De allí su inevitable colisión con China, otro gran jugador, que acapara muchos “tokens” en el juego.
EE.UU. es en la actualidad, un país prácticamente autosuficiente en materia de petróleo y gas, y es
desde esa posición de fuerza que trata de hacer prevalecer sus intereses ante aquellas naciones
que los demandan, presionando a los oferentes. Por ello, la energía tiene un rol primordial en la
política exterior de Estados Unidos.

Sin embargo, la administración Trump no parece tener demasiados apegos a grandes
principios estratégicos
, su redefinición del rol de su país en el mundo, es como dijimos más arriba, moldeada por su percepción de que el mundo es una gran selva llena de peligros contingentes. Todo se podría resumir en: Lucha de poder con las grandes potencias (China y Rusia), y la dominación grosera de los “débiles” [periféricos].
La diplomacia trumpiana parece representarse en la fórmula del célebre ateniense Tucídides; «Los
fuertes hacen lo que pueden y los débiles soportan lo que deben»
.


Mientras tanto, en la antigua Catay …


Con el pragmatismo iluminando su hoja de ruta, y para asegurarse un abastecimiento
ininterrumpido de los recursos naturales que crecientemente demandan, el gobierno de Xi Jinping,
emulando a las grandes potencias occidentales de la historia, cultivan relaciones con todo tipo de
regímenes, democráticos, corruptos o autoritarios por igual.
Y, tal como enseñaran los anglosajones y europeos, los regímenes autoritarios en países pobres,
pero con abundancia de recursos, en los que sus gobiernos autocráticos están preocupados por las
utilidades sectoriales –por ejemplo, la renta minera–, deben ser ayudados en su «supervivencia»
por los compradores de aquellos bienes naturales. China, dependiente críticamente de algunas
materias primas, asiste también a la estabilidad y permanencia en el poder de la élite de sus
proveedores.

La estrategia de aislamiento impulsada ya no por la retorica de la campaña política sino ahora por
acciones concretas en EE.UU., deja algunos espacios abiertos que China tratará de llenar. En ese
sentido, aprovechando ese repliegue americano, seguramente reforzará su Iniciativa conocida
como la Nueva Ruta de la Seda que ofrece financiamiento para infraestructura logística y
productiva, sin injerencia en la vida política de los países adherentes, aunque desde occidente se
insista en la crítica de que la potencia oriental no exige condiciones democráticas para la inclusión,
permitiendo que regímenes autoritarios prosperen sin interferencias. Más de 150 países se
inscriben en dicha ruta estratégica.
Ese despliegue de poder inteligente tiene algunas contradicciones menores, pero que nobleza
obliga, es justo remarcar. En efecto, si bien frente al concierto internacional la República Popular se
presenta con el megaproyecto señalado ofreciendo asistencia para proyectos locales de
infraestructura, y, utilizando también el poder suave (soft power), despliega una estrategia de colocar en la agenda multilateral, creando nuevos vínculos bilaterales (visitas diplomáticas denEstado y visitas directas al extranjero), o, con la misma modalidad, propiciando acercamientos culturales como la red de Institutos Confucio, ya diseminada por muchos países, asimismo es cierto que cuando tiene problemas concretos con sus vecinos (limítrofes, marítimos, de dominio territorial, fronterizos), utiliza a veces,  una «diplomacia de lobo guerrero» (intimidación agresiva y coercitiva a los países potencialmente menores).
Acá podríamos citar a Joseph S. Nye, politólogo creador del concepto de poder blando que,
utilizando una metáfora indica que: «mientras el poder duro es empujar, el poder suave es
atraer»
[hard power & soft power respectivamente, en su idioma original].


EUROPA: ¿Geopolítica de la Paz o de la Guerra?


El otrora gran centro de poder, que hace largo tiempo que con su poder blando ya no tiene control
sobre las realidades globales, parecería que pretende volver al uso del poder duro para reganar
esa autoridad y dominio que alguna vez irradió. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von
der Leyen, afirmó ante una sesión plenaria del Parlamento Europeo: “Es el momento de Europa”.
Motivados por el rearme masivo de grandes y medianas potencias (tales como India o Irán), el
desmoronamiento del derecho internacional, el auge de etnonacionalismos agresivos y, más
determinantemente, el conflicto bélico ruso-ucraniano, que caracterizan esta era, los dirigentes
occidentales comenzaron con discursos públicos, acciones políticas provocadoras al poderío ruso,
tales como admitir nuevos países en su Unión, pero más significativamente; aceptando nuevos
miembros en la OTAN, vecinos o proxys de la Federación de Rusia, hasta finalmente verse involucrados con asistencia militar, tanto de medios cuanto de personal especializado, a las tropas ucranianas.
Tales mensajes y acciones, resultan disonantes con respecto al siempre declamado proyecto
europeo de la Paz
. La apreciación real de la situación parecería alejarse de aquella postura. Sin
embargo, la hipocresía nunca estuvo ausente en la diplomacia (y estrategia) atlántica. A partir de
los ’90, aprovechando la desintegración de la Unión Soviética, y la vulnerabilidad que eso produjo
al poder ruso, la injerencia estadounidense en el espacio postsoviético, fue manifiestamente aleve.
Europa occidental fue no solo testigo mudo de las intervenciones en las naciones del Este por parte
de la CIA y el Departamento de Estado, sino muchas veces activo participante de las acciones
económicas (estímulos o sanciones), intrusiones sociopolíticas, presiones a gobiernos y políticos
incluyendo el financiamiento de golpes de estado, y, fueron partícipes del rompimiento del
pacto de no avanzar hacia el oriente
, para incorporar a la OTAN a otrora aliados de la URSS.
Hoy, se postula desde Bruselas, un plan de financiación enorme para el rearme de Europa. Desde
la Unión Europea se presenta un plan de adquisición centralizada de material militar, con bastante
presión de la Comisión sobre sus gobiernos miembros, de tal suerte que está frente a un proyecto
europeo reinventado como un mercado único para la guerra.
Lo paradójico es que, a juzgar por la actitud ‘abandónica’ que exhibe Trump para con Europa,
exigiéndoles que construyan su propia defensa y no invitándolos en las conversaciones de paz
(otro ejemplo), los intereses estratégicos de EEUU y la UE son claramente divergentes, y la
«lealtad» europea ha sido defraudada, los aranceles impuestos recientemente son otra clara
muestra de que deben autonomizarse y no esperar más que una elemental “protección”
norteamericana.
Por otra parte, dentro de sus Estados miembros, las percepciones estratégicas son disímiles y
hasta opuestas entre algunos. El belicismo británico o galo contrasta claramente con el pacifismo
o neutralidad
de Alemania, Italia y España, por ejemplo, frente a las potencias orientales (Rusia, China, Irán, Corea del Norte, etc.). Ello demuestra, por otra parte, que la confrontación con Rusia que ha sido reformulada como un choque de civilizaciones entre Bruselas y Moscú, incluso acompañando con censura de cadenas noticiosas no occidentales, es una propaganda de la Unión que fracasó entre los ciudadanos europeos y algunos gobiernos.
Europa no está tan unida como vemos, ya que no comparten el mismo criterio para responder a
las reales o supuestas amenazas geopolíticas. Tampoco cuentan con el protagonismo de antaño
para influir o determinar cursos de acción de otros actores. A título de ejemplo, una liga
recientemente formada por países centroafricanos (subsaharianos), expulsa de sus territorios al
resto de militares franceses, que en el pasado imponían (su) orden en tales excolonias.


A modo de CONCLUSIÓN


El mundo está cambiando, y lo hace aceleradamente. La diplomacia, como arte que da forma a las
relaciones entre Estados y actores relevantes, y cuyo objetivo basal es regular tales relaciones,
para que los intereses de cada uno puedan expresarse y contemplarse negociando, está siendo
desafiada.
Toda vez que los poderosos tratan de imponer sus propósitos y ventajas sin límites, crean una
asimetría que genera invariablemente tensiones. El consenso hace mutis por el foro. El poder como
capacidad no es perenne. Ninguna nación-potencia trascendió las épocas.
Irán y Arabia Saudita acordaron hace un par de años, normalizar sus relaciones diplomáticas rotas
en 2016, pero después de décadas de enconos y discordia. El artífice de este encuentro
(acontecimiento histórico), fue el gobierno chino. Un cambio trascendente en la diplomacia en
Oriente Próximo, a despecho de los fallidos esfuerzos de los EE.UU., potencia dominante en la
zona durante décadas. Así está cambiando el ‘mundo’.
Cuando los cañones enmudecen, los conflictos debemos buscarlos en los medios de
comunicación, en las instituciones internacionales y en los salones y círculos diplomáticos.

Pero cuando – como en la actualidad – se da un cambio paradigmático en las relaciones
económicas o comerciales, forzadas por las medidas unilaterales de un súper poderoso (Aranceles
de EEUU, replicados por todo el globo, tarde o temprano), los trances se desarrollan con más
discreción, en el ámbito de las normativas internacionales que rigen el comercio global y
determina las relaciones económicas del futuro
. Allí debemos poner la atención para visualizar
o prospectar el impacto y la nueva reconfiguración del orden mundial.
Las infraestructuras regulatorias son siempre necesarias, sin perjuicio de la diferencia de poderes
de cada actor, pues deben canalizar mediante normas «aceptadas por todos», las transacciones
internacionales, y contribuyen a orientar los intercambios transfronterizos, que siempre ocurrirán,
haya paz o guerra, pues existe una economía organizada en cadenas globales de valor.
El poder en este plano, se manifiesta en que normas se proponen y aprueban, según que
lideratos las promuevan
. Los politólogos y analistas, deberán prestar vigilancia para conocer
quien resultará el hegemón de la nueva era.