A modo de introducción

El sólido desempeño de los libertarios en Argentina confirma que ningún país, por democrático que
sea, está a salvo de fuerzas xenófobas, demagógicas y violentas, que combinan la capacidad de
explotar los temores más oscuros de la sociedad con el uso inteligente de herramientas modernas
de comunicación política.
Tanto acá como en otras latitudes hemisféricas, el neoliberalismo imperante durante décadas,
contribuyó a vaciar de sentido las democracias occidentales, ahondando la desigualdad, y creando
las condiciones para que prosperen estas respuestas exasperadas.
Una nueva derecha, extrema, radical, neofascista, poco parecida a las derechas liberal-
conservadoras que conocemos desde hace medio siglo, avanza en el mundo.
Aunque existen diferencias según los casos, se pueden identificar algunos rasgos comunes: la
exageración individualista, la reacción al avance progresivo en la igualdad de género y los
derechos de las minorías, el proyecto de reconstrucción del patriarcado, el renovado antisocialismo
y la irradiación generalizada del odio como estrategia de construcción política.
La crisis de seguridad que vive (con amplitud de rango, y sin discriminar la real de la percibida,
pero fenómeno común a la mayoría de países periféricos) nuestra región latinoamericana, y que los
gobiernos populares no aciertan a resolver, crea las condiciones para la emergencia de fuerzas
neofascistas punitivitas y discriminatorias, tanto como en Europa y en EEUU experimentan una
crisis migratoria, que resulta en un paralelo para explicar este fenómeno global del ascenso de la
extrema derecha y las formas en que se manifiestan.
Otro rasgo propio en nuestro subcontinente, es la conexión de las fuerzas de este signo, con las
dictaduras de los setenta y el modo en que se apropian y resignifican los valores nacionales en el
discurso de gestión, tanto como en el relato que se construye para su justificación ideológica.
El «mileísmo» está utilizando herramientas estructurales homologables con el fascismo (en su
categoría más amplia), en tanto estrategias políticas de acumulación y consolidación, tales como la
movilización reaccionaria, la estigmatización de las izquierdas en tanto enemigos a aniquilar,
la irradiación capilar del odio como ya mencionamos, etc.
Fortaleza y debilidad de la propuesta. EL MITO

En primer lugar, debemos entender que el éxito de la gran captación de voluntades de la
proposición política de La Libertad Avanza, se centra en su carácter disruptivo del escenario
político tradicional, generando esperanza y nuevas aspiraciones, algo radicalmente “nuevo”, en una
sociedad que en los últimos años (con altibajos) no logró progresar materialmente ni ver
satisfechas sus expectativas, lo que implica un fracaso de los proyectos pretéritos, que en el caso
argentino, corporizaron la política tradicional de centroderecha de CAMBIEMOS, y la practicada por
la centroizquierda socialdemócrata UNIÓN POR LA PATRIA. Ambas expresiones tibias, aunque
condicionadas por diversas razones.
Asimismo, la fuerza que impulsa tantas adhesiones originales, se basa en que es portadora del
mito movilizador, es decir, un relato que explica el mundo y un destino mejor para la mayoría, a
través de un incuestionable camino a recorrer, atravesando ciertos y determinados acontecimientos
(algunos pueden ser dolorosos pero necesarios). Ese mito central, que condiciona su ideología, su
propaganda, su estilo político y sus acciones, es la visión del inminente renacer de la nación
desde la decadencia.
Tal mito, inspira el Proyecto de que solo un movimiento interclasista y popular libertario puede
purificar el “sistema” y detener la ola de “declinación” de la nación. Allí tenemos su esencia “anti
casta” [políticos tradicionales decadentes] y de la “motosierra contra el Estado” [este último
como instrumento de la decadencia que manejan los primeros], propias de su narrativa.
Naturalmente, una tal proposición es antagonista de las instituciones y del pluralismo.
A propósito del relato, a la hora de elaborarlo, poco y nada importan los datos empíricos, pues se
apela a los sentimientos, no al saber documentado para adherir. El imperio de las imágenes
predomina sobre la razón, se crea incluso un vocabulario propio.
A nivel operacional, el mileísmo, siendo un movimiento heterogéneo, con actores disidentes de
otras fuerzas, tránsfugas, aliados circunstanciales y noveles dirigentes libertarios, precisa de un
mito movilizador que logre articular sus distintos elementos y que le brinde la dinámica necesaria
para la permanencia en el poder. Básicamente que se allanen a respetar una agenda determinada
por el gobierno.
MITOS para los propios y PALOS para los ajenos
Aunque claramente existe en el gobierno de Javier G. Milei una clara vocación totalitaria,
patentizada por la subestimación de los otros poderes del Estado, que deberían ser sus
contrapesos, o en el actual contexto; la brutal represión en sí como flagrante violación a la
Constitución, al desconocer el derecho de disidencia y expresión de protesta pública y al pretender
encuadrarlo en la tipicidad de la sedición.
De la no coincidencia surgen diferentes concepciones del mundo y, en lo político, el pluralismo
ideológico. Nuestra Constitución garantiza la democracia plural, en que las inevitables
diferencias políticas se presuponen como ineludible requisito del diálogo y debate democrático. Por
ello, cuando se verifica negación de la dignidad de ser humano del “otro”, ya no se trata solo de
«autoritarismo».
En nuestra opinión, toda esa arrogancia y destrato al «otro», están fundados en lo que
doctrinariamente podríamos encuadrar en el pensamiento de Carl Schmitt, para quien la mayoría
electoral habilitaría a hacer prácticamente cualquier cosa, planteamiento de sesgo claramente
totalitario [recordemos que el jurista adscribía al nazismo], que el gobierno argentino actual hace
propio, a juzgar por dichos y hechos.
Ante elocuentes excesos de las fuerzas de seguridad en las protestas callejeras, los funcionarios
se exponen a justificar las acciones violentas contra la ciudadanía sin discriminación, la posverdad
prima en sus declaraciones o ‘explicaciones’, siempre en defensa de la represión.
Paralelamente, el gobierno difunde profusamente artículos de Propaganda, con el propósito de
manipular la subjetividad de tal manera, que permita uniformizar el “sentido común” y que
crezca la insensibilidad en sus adeptos; «la gente de bien».
EL MIEDO como instrumento de dominación mileísta

Los filósofos políticos Hobbes, Maquiavelo y Baruch Spinoza, coincidían en que el miedo era el
factor fundacional de las sociedades y, en particular, de la política. De hecho, todos estaban
más o menos de acuerdo en que el temor es la emoción más poderosa y necesaria para
mantener el orden social.
En su teoría, Spinoza es contundente al sostener que, lejos de ser racional el hombre se
constituye como un ser constituido emocionalmente. Afirmará que las emociones son la base
ontológica de la conducta humana y la organización política del estado.
En su perspectiva –a la que adhiere la mayoría de la academia–, los hombres se guían más por
los afectos que por la razón. Profundizando decretará en su proposición que el hombre inspirado
por el temor o la esperanza pierde el control de sí.
Habiendo absorbido esas premisas teóricas, y asumiendo que el miedo está siempre presente en
el pensamiento político moderno, hagamos un sucinto análisis de la realidad actual y el uso del
temor desde el poder. En efecto, normalmente toda gestión de derecha –e incrementada
proporcionalmente hacia su extremo– moviliza recursos materiales y simbólicos en torno a la
“inseguridad”, y, asistida por medios de comunicación afines, motorizan los “reflejos” regresivos de
la sociedad.
Tengamos presente que el miedo, como pasión negativa, es un anclaje en un orden de la sumisión
que padecen las mayorías que aceptan dominación y hasta tiranías, con tal que le ofrezcan
seguridad.
Por eso, resulta un inmejorable aliado para apuntalar una sociedad de la vigilancia y el castigo
como se pretende imponer nuevamente en Argentina, que privilegie la seguridad a la justicia, la
intervención policial al mejoramiento de las condiciones de vida. Incluso, gran parte de la sociedad,
cambió la vergüenza del temor por reivindicación pública por ‘seguridad’, no solo contra la
delincuencia común, sino con el ‘orden y paz’ de la ciudad, su derecho a libre circular, y la no
ocupación de espacios públicos para protestar.
De allí que escuchamos muchos funcionarios, pero principalmente a la ministra Patricia Bullrich
como factótum de la seguridad impuesta (incluso reñida con el Estado de derecho), una retórica
ramplona de la vigilancia, la punición y la infantilización de la sociedad, que el presidente
Milei respalda.
Como dijimos, la (ultra) derecha sabe manejar esta emoción colectiva, pero ignora el riesgo de que
se pueden despertar inéditas formas de otras violencias, más difíciles de controlar. Y la experiencia
histórica mundial, no es muy halagüeña para las sociedades que las padecen y menos para los
gobernantes que las auspician.

A modo de conclusión
Lo primero que quisiera expresar, es de la órbita intelectual, dado que no se puede reparar lo que
se desconoce. En ese sentido, el advenimiento del régimen proto fascista, fue inesperado por
muchos analistas, por su creencia en una “norma histórica” fundada en la idea de “progreso”, como
una temporalidad lineal, que dada su etapa de “evolución”, ya no podría retroceder. Muchos
intelectuales (ni hablar de los actores políticos ensimismados en sus «quintas») se apartaron de la
tradición del pensamiento emancipador, que asume una perspectiva de excepción, pues apunta al
cambio y la (re)evolución.
El “libertarianismo” en su alianza con la derecha conservadora (PRO), NO fue una aparición
anacrónica, tampoco lo fue la aparición de Vox en España, Bolsonaro en Brasil o Trump en EEUU.
Como dijo W. Benjamin, es necesario concebir la historia desde un punto de vista que permita
extender la excepción al entero campo social.
La creencia de que hay ‘cosas’ que ya no son posibles en la sociedad humana del siglo XXI, son
muestra de una parálisis filosófica, de un estancamiento en el pensamiento popular democrático y
emancipador.
Estos cambios disruptivos, deben servir para producir saberes políticamente útiles, cada época
propone como evolución normalizada un estado de cosas, que los intelectuales – al menos –
debería ‘vigilar’ y mantener la guardia en alto.
Como dijimos al principio, el neoliberalismo vigente durante tantas décadas pavimentó el terreno,
pero exhibió siempre claros indicadores, que tal vez se subestimaron. La mercantilización de
TODO, un regreso como redefinición estratégica del país (básicamente del capitalismo local en
alianza con el foráneo pero que sendos gobiernos acompañan, o no cuestionan) hacia un
horizonte extractivista, donde los gobiernos de derecha establecen nuevos enemigos del Estado
y promueven no solo la práctica del aniquilamiento físico, sino también su legitimación, como el de
Macri/Bullrich.
No tuvo un contrarrelato que desarticulara esas premisas, aunque se apartaran en la gestión
efectiva de ellas. La batalla cultural es decisiva en el devenir político de toda sociedad. Su
importancia es superlativa. El camino estaba allanado, por eso hoy vemos como se recrudeció esa
deriva fascistoide.
Solo la concientización de las mayorías, la manifiesta oposición de las instituciones
democráticas, pero más concluyente; la lucha concreta de multitudes en las calles, son el único
remedio eficaz para evitar u obstaculizar el TOTALITARISMO que el actual gobierno pretende
imponer.