EL CANSANCIO SOCIAL Y LA DEMOCRACIA FATIGADA
Presentación
Los ciudadanos en 2025 valoran la democracia menos que hace una década; desconfían de las instituciones políticas, de presidentes, de congresos, de partidos y todas las formas de poder. Observamos cómo la incertidumbre, el desencanto y la desafección con los gobiernos y las instituciones van de la mano con el cansancio, la tensión, la aceleración y la polarización.
La salud institucional de las democracias se ha deteriorado de forma constante a nivel mundial, como lo demuestran los estudios comparativos más importantes de los últimos años.
Este deterioro sistémico se ha agravado desde la pandemia, incluso en lugares donde la democracia ya estaba consolidada.
Los efectos de la calamidad sanitaria en la cultura política y las instituciones políticas, (que se supone deben canalizar las demandas y las respuestas a los desafíos de salud pública) han alimentado, en realidad, el descontento preexistente, el extremismo y el descrédito de la clase política, entre otros síntomas.
En nuestro país, la participación electoral ha ido disminuyendo desde 1983. Las siete elecciones provinciales de este año muestran un descenso significativo, aunque es prematuro considerarlo una ruptura con la tendencia histórica.
Diversos indicadores del desempeño democrático apuntan sistemáticamente a una pérdida de vitalidad en las instituciones y los procesos democráticos. La crisis sanitaria no hizo más que intensificar esta tendencia, al exigir respuestas urgentes y excepcionales desde los poderes públicos, profundizando así las tensiones ya existentes, derivadas de la economía y la crisis de la información.
Aunque un fenómeno común en otros países, la región se caracteriza por una enorme heterogeneidad en cuanto al nivel de democracia y gobernabilidad, por lo que el análisis y diagnóstico, aún, utilizando las mismas variables, debe centrarse en el ámbito local.
Para caracterizar este estado de cosas, en el que las instituciones democráticas, aunque formalmente existentes, están debilitadas o funcionan de manera ineficiente, generando desafección y desconfianza en la ciudadanía, que se manifiesta en la disminución de la participación política, el desprestigio de los partidos políticos y la erosión del Estado de derecho, la ciencia política ha generado la noción de la «democracia fatigada».

Nosotros, en el presente artículo, adicionamos otro rudimento analítico que nos parece la contracara u origen, que es el «cansancio social», al que referiremos como «astenia política», cuando una sociedad acusa el síndrome que describiremos como una sensación de debilidad, falta de energía y falta de entusiasmo en el ámbito político. Se manifiesta como una disminución de la capacidad para afrontar los desafíos políticos y un sentimiento de agotamiento frente a las demandas y expectativas del ámbito público. Es en realidad, un espejo del fenómeno que tratamos de describir que afecta al sistema democrático, solo que desde la perspectiva de los individuos que conforman la comunidad.
El camino de la desazón
Como dijimos, en aquella peste global, las faltas o carencias atribuibles al Estado se hicieron más evidente, aunque en Argentina, desde 2020, participó activamente atendiendo tanto a la emergencia sanitaria, cuanto paliando el desequilibrio económico de su impacto productivo y social.
Pese a ello, una corriente política de nuevo cuño [LLA], asociada a lo más rancio del conservadurismo, lideró una áspera campaña cuestionando la estructura del Estado, avivando el reclamo de la sociedad ante algunas falencias de gestión, como el prolongado encerramiento preventivo, incluso de manera impropia, violando la necesaria distancia social impuesta (con toda lógica universal) con sus marchas, pero exitosa en la cooptación de voluntades quejosas.
Es evidente que la democracia basada en la separación de poderes es el sistema dominante en la mayor parte del mundo occidental. Cabe preguntarse si la democracia representativa garantiza actualmente no solo la elección periódica de representantes, sino también la participación ciudadana y el Estado de derecho. Asimismo, es necesario examinar si los gobiernos actuales aún respetan la separación de poderes, consagrada legalmente.
En ultra síntesis, en este punto referimos a Bobbio, que sostenía que existe un contenido mínimo del Estado democrático, y en el que enumeraba en lo formal; los derechos de libertad, existencia de varios partidos en competencia, elecciones periódicas y sufragio universal. Y también mecanismos como; decisiones colectivas, el principio de la mayoría, debates libres, alianzas y coaliciones parlamentarias o de gobierno.
En ese panorama general dominante, la coyuntura política produjo realidades multiformes en la región latinoamericana. Para dar cuenta de ellas, la agenda analítica ha incluido: los entramados de los procesos electorales, sus consecuencias, la desconfiguración de los partidos políticos (vectores de representación), los efectos institucionales del presidencialismo y la compleja funcionalidad del estado, entre otros temas.
Ante esta inédita situación, el intelectual comprometido, debe contribuir mediante nuevos conceptos, a dar certeza de las virtudes de la práctica democrática cuestionada, para que su agotamiento (fatiga), que empieza a sentir la sociedad, no la haga peligrar (o desdibujar esas virtudes).
LAS NOVEDADES
Es evidente la crisis en la representación política, que afecta a los partidos políticos en tres aristas: perdieron su identidad –y por tanto, la gente no se identifica con ellos–, fueron capturados por individuos y se han fragmentado.
En las presentes democracias se mantiene la variable electoral; las autoridades se eligen mediante procesos razonablemente libres y competitivos, pero otros métodos democráticos están debilitados como el propio Estado de derecho, o la implementación de políticas públicas eficaces para las necesidades de la población. Y ese es el preludio de una crisis mayor, por ahora evaluamos el presente socio-político como un escenario de fatiga.

La virtualidad reinante
Las tecnologías de la información en los últimos años, han tenido un crecimiento exponencial, temporal y espacialmente. Su difundida aplicación ha cambiado el mundo radicalmente. Las sociedades líquidas [de consumo] descriptas por Zygmunt Bauman, allá por el 2000, se licuaron más todavía en función de lo virtual. Por tanto, la sociedad actual la podemos caracterizar como virtual.
En la nueva comunidad, cuesta más trabajo poner en marcha lo colectivo, pues el individualismo se ha potenciado, y la hoy habitual manipulación de sentimientos se da a través de las falsas verdades –fake news– y del manejo de las comunidades virtuales mediante la inteligencia artificial.
Ello ocurre porque la sociedad cree poseer más datos que nunca, lo que en principio podría ser cierto, pero hay al mismo tiempo, demasiado ruido, no tanta información que se puede procesar.
Diversas identidades
Las identidades también se han disuelto. Hay una fragmentación del «demos», incluso una confusión entre izquierda y derecha, pues los individuos pueden portar diversas identidades superpuestas, gente que muda de camiseta según el asunto [issue].
Retrocede lo colectivo, porque se vende más fácil un individuo [apariencia] que una idea, especialmente si esta última es compleja. Técnicas aprendidas en la Publicidad, se facilitan con los mecanismos de manipulación de las emociones.
Pero tal como aplica para cualquier herramienta, lo digital se puede usar para nobles y justas causas, por lo que ¡no ha de satanizarse! Lo que debe proceder desde el campo democrático y popular, es abrir espacios propios alternativos, para evitar la monopolización de las nuevas tecnologías en unos pocos, tal como ya se adelantaron desde la derecha conservadora, emitiendo discursos justificativos de sus intereses.
El Nuevo Populismo
Hoy se entiende por populismo, no ya a una experiencia como régimen político, sino a cualquier manifestación que supuestamente desafíe al status quo, y al manejo de una suerte de discurso demagógico. Empleando las redes sociales, se desarrollan campañas emocionales para motivar a la gente con efectismos retóricos.
La discusión en la plaza pública desaparece, con la consiguiente banalización de las ofertas proclamadas, pero también a la hora de buscar solución a los problemas que confrontan las sociedades”.
Demandas insatisfechas
Complementando lo dicho en el acápite de la virtualidad, afirmamos que el escenario que fue relativamente reciente definido por la revolución digital, en continuo cambio y desconocimiento de lo novedoso, incrementa la incertidumbre.
Esa ‘nueva’ sensación de no poder predecir con certeza el futuro es angustiante, y modifica la percepción del entorno y de otros individuos (actores del juego social).
La economía sin certezas es siempre un destino tormentoso para la sociedad, y la seguridad ciudadana es más demandada que nunca, cuando se cree estar siempre en peligro. Ambas demandas –total o parcialmente– insatisfechas, son desestabilizantes para el orden y la gobernabilidad de un país.
En virtud de aquello, la sociedad comienza a desconfiar en las instituciones y en los políticos tradicionales, creando un caldo de cultivo para el surgimiento de liderazgos personalistas y discursos de mano dura. Esta crisis de representación se agrava con las nuevas formas de intermediación social existentes (redes, aplicaciones, buscadores, etc.), que van desdibujando la función de intermediación de los partidos políticos, con los que la gente se identifica menos. Ese alicaído nivel de confianza en los partidos políticos, representa un reto para el sostenimiento de la democracia.

Partidos políticos disfuncionales
Además de la pérdida de identificación por parte de mucha gente, los partidos políticos se han fragmentado, y los candidatos que emergen los utilizan como meras maquinarias electorales, no como foros de discusión y consensos participativos.
Asimismo, el nuevo fenómeno, en algunos de ellos, es que, la oferta política, se centra en individuos con poca experiencia pública, que desarrollan sus propias propuestas individuales, con el apoyo de expertos en comunicación, que no adhieren necesariamente a una visión programática.
Reflexiones sobre el nuevo ciclo de la política
Es indudable que nos encontramos frente a un escenario que coincide con profundas y vertiginosas transformaciones que han venido intensificándose en los últimos lustros. Las nuevas T.I.C. han contrastado con las reglas y valores del pasado, del sistema político democrático, que no salió indemne, sino bastante afectado. A los síntomas de esta novedad, se los conoce como de fatiga.
Históricamente, la operatividad democrática requirió de los partidos políticos como elementos centrales, ya que siempre conjugaron tensiones entre lo institucional y la sociedad. La política no se entiende muy bien sin estas piezas del juego de poder. Hoy, como actores permeables a los cambios, mutan en sus funciones para adaptarse a la realidad de los tiempos.
Como dijimos antes, ya no son la única vía de intermediación entre las demandas sociales y el poder político. Otros medios gravitan en la configuración de los canales de intercambio. Las pautas de competencia actuales en la arena política han cambiado, relegando a las estructuras partidarias a ciertos roles organizativos formales (máquinas al servicio de algunos individuos, sus “dirigentes”).
En la actualidad, hay instancias privadas (corporaciones tecnológicas) que tienen un poder antes impensable, dada su capacidad de captar datos de los habitantes, perfilarlos, y ‘administrarlos’, induciendo sesgos sin mayores condicionamientos de los Estados o gobiernos de turno, así ‘arman’ grupos aleatorios de opiniones semejantes, pero que carecen de identidades colectivas, como las que generan las ideologías o partidos. Pero eso tiene un costo en términos de legitimidad.
En esta sociedad del cansancio (Byun Chul Han) se propicia la emergencia de fuertes liderazgos individuales, incluso en los movimientos sociales, cuyo principal problema, radica en que su éxito y continuidad dependen de un sujeto.
Cuando surgen líderes “espontáneos”, los vínculos emocionales se imponen sobre asuntos programáticos, que, a lo sumo, se reducen a un puñado de eslóganes vacíos. Esta personalización de la política proyecta en la sociedad, una clave movimientista que confronta con la institucionalización.
En este caso, los partidos sirven solo para recaudar, reclutar, formalizar candidaturas y coordinar intervenciones en el plano legislativo. Sin embargo, mientras siga rigiendo el principio de la democracia representativa [soberanía popular], los partidos ya no serán como antes funcionalmente, pero no dejarán de existir.
Concluyendo
Creemos evidente que tanto el andamiaje institucional como el tejido social, han sido dañados significativamente por ciertas dinámicas disruptivas, que se experimentaron especialmente – pero no exclusivamente – en el plano político. Hoy observamos el incremento de tendencias autoritarias en el país, y en la región. Las bases normativas resultan inocuas para defenderse de la erosión de la democracia y sus instituciones.
La hora exige el diseño de posibles estrategias de contención, que revisen patrones de comportamiento político y procesos retrógrados que se hallan en marcha, tales como las tendencias anticientíficas y de rechazo al discurso abierto que profundizan las divisiones sociales. No hacerlo, además, es arriesgar a la comunidad a un destino de devastación social, económica, política y cultural.
Se requiere para esa tarea entonces, desprenderse de antiguos ideologemas que se interpretan con registros del pasado (y eso puede ser otro factor de la sensación de fatiga en la ciudadanía), –que no implica no hacer una revisión crítica de experiencias acaecidas– y marchar a dilucidar los contextos de hoy, para proyectar a futuro, y nutrir de expectativas a la población.
El Estado debe optimizar sus capacidades administrativas para la implementación de las necesarias políticas públicas afin de atender los reclamos populares irresueltos, en forma más o menos perentoria.
Recuperar el espacio público para la participación de la expresión de las mayorías sociales y la superficialización de los intereses en juego en la cosa pública, dotando a las ulteriores decisiones de las autoridades políticas de transparencia, y, otorgando legitimidad a los actores políticos intervinientes, que en la actualidad está “precarizada”.
Por último, se requiere de la dirigencia comprometida verdaderamente con los valores democráticos, un esfuerzo ciudadano para reencausar los caminos de la participación y debate honesto (no acuerdos cupulares y listas negociadas en «mesas chicas», y ser conscientes de su responsabilidad social pues nada menos tienen que despertar a la democracia de su letargo. Los repertorios democráticos están allí, a la espera.
