EL ULTRACREPIDARIANISMO A LO ALTO Y EN EXPANSIÓN EN LA REPÚBLICA ARGENTINA

Una creciente categoría dentro de la tipología social, está tomando preminencia en el espacio público (real y virtual). El fenómeno es mundial e histórico, pero la extensión casi universal de las redes digitales, resultaron propiciatorias para que el fenómeno se expanda. Nosotros, argentinos, propensos a la exageración pasional, el impacto es como todo; desmedido.

Nos referimos en principio, a personas que dan su opinión sobre todo sin conocimiento de casi nada. Y en general, lo hacen pretendiendo “corregir” a otros, minimizando valías ajenas, para destacarse en cualquier circunstancia y/o conversación. Incluso, la infravaloración abarca a los auténticos expertos del área de que se trate. Solo ellos parecen tener respuestas para todo, y no las callan.

Obviamente, tales actores, no son conscientes de sus limitaciones, y, al descalificar cualquier contrargumentación, faltan el respeto a sus interlocutores. Nos estamos refiriendo a los ultracrepidianos.

Origen y Etimología del concepto

Para conocer la génesis de la palabra debemos remontarnos a Apeles de Colofón, un exquisito pintor del año 352 a. C., artista preferido de Alejandro Magno, quien, según una anécdota contada por Plinio el Viejo, estando enfrascado en una de sus obras, recibió a un zapatero que trajo un encargo, y después de hacer una observación sobre una sandalia dibujada, empezó a criticar muchos de los detalles de la pintura. A lo que el artista le espetó un «que el zapatero no opine más arriba de los zapatos» [que traducido al latín se resumió en ultra (más allá) y crepidarius (zapatero),] lo que derivó en el actual “Zapatero; ¡a tus zapatos!”. Finalmente, el término modernizado Ultracrepidario fue acuñado en 1819 por el escritor inglés William Hazlit.

Descripción de la noción. Sustantivo – adjetivo

La caracterización de las personas que responden al principio elemental de que; cuanto menos saben más creen saber sobre algo, es conocida en psicología esa relación como efecto Dunning-Kruger. Expresado en otros términos, se trata de un sesgo cognitivo muy común, por el cual, las personas con menos competencias cognitivas e intelectuales tienden (en muchos casos) a sobreestimar sus propias capacidades, habilidades o conocimientos.

Como podrán adivinar a esta altura, los ultracrepidianos pueden llegar incluso a ostentar puestos de poder. En efecto,una autoevaluación inflada, sumada a una actitud extravertida y resuelta, los puede proyectar a altas posiciones (en la política, en el mundo empresarial, cultural o social) sin tener las competencias suficientes para las mismas, superando en esa carrera a personas más aptas.

Estudios de psicología en la Universidad de Berlín, liderados por el binomio Krak-Ortman señalan que no se debe subestimar a estos actores, pues su efecto puede ser muy nocivo (en distintos campos de acción). Concretamente, el comportamiento de los ultracrepidianos puede quedarse en lo anecdótico, pero también son capaces de hacer mucho daño.

Estos sabelotodo, que irrefrenablemente opinan sobre cualquier cosa y sin matices, como portando verdades absolutas, así no dejan espacio para el diálogo, y, avanzan un paso más aún; criticando, pero como dijimos, con una crítica desinformada y probablemente dañina, pues no es para ayudar, solo minimizar al otro, demostrando ante terceros un «conocimiento», del que realmente carece [un crítico ignorante].

Esas críticas, de hecho, suelen ser sesgadas ya que parten de una perspectiva limitada, solo pretenden descalificar otro aserto o ponencia por supuestos errores o deficiencias. La consigna para ellos parece ser; si no puedo brillar con luz propia, intento apagar la luz de los demás. Los especialistas dicen que los ultracrepidianos critican tanto porque necesitan desesperadamente sentirse importantes. En definitiva, personajes con una profunda falta de empatía y un ego excesivo.

Redondeando la caracterización y algunas prevenciones

Circunstancialmente ultracrepidarios somos todos, al opinar en redes sociales sobre temas desconocidos; es decir, sin saber ni tener experiencia en algún asunto que abordamos. La diferencia existe con el tipo de ultras descrito toda vez que reconocemos a la ignorancia como la cualidad esencial y permanente de la naturaleza del ser humano, ya que ella es la que despierta el interés del pensamiento por el mundo del “conocimiento y el saber” y que solo desprecian los necios.

Aquellos reacios a asumir la falta de conocimientos, aferrados a su creencia de que saben de todo y lo suficiente, suelen ser irrespetuosos e intolerantes, ridiculizando a otros, sembrando dudas. Impulsivas, personas con un carácter invasivo, sin espacio para el diálogo o silencio para la reflexión, son impertinentes al actuar “corrigiendo”, por lo que resultan incómodas para tratar. También poco inteligentes por no ser conscientes de la escasez de sus propios recursos o falta de competencias intelectuales, cognitivas y emocionales, (debido a su falta de humildad y obnubilante soberbia) y en cambio, magnifican las limitaciones de aquellos que le rodean o discuten, por lo que tratar de rebatir sus argumentos nos llevará a un callejón sin salida.

A los miembros de la sociedad criteriosos, esos caracteres suelen irritarlos toda vez que, a despecho de su escaso saber, se encuentran empoderados por entornos políticos, sociales o laborales, y en tal situación resuelven asuntos basados en sus juicios de valor, que implica decidir proyectando sus propias convicciones [ética, estética y conveniencia] sobre el entorno y no sobre la realidad, por tanto, para las mayorías, resultan personas tóxicas y perjudiciales.

Concluyendo

Sepa la comunidad (lo decimos a fuer de exhortación), que la ignorancia y ser conocedores de ella es lo que nos hace progresar, y la humildad nos capacita para ser más tolerantes, cercanos y empáticos, sorteando cometer humillaciones, desprecios o agravios. Precisamente la actitud frente a la vida antagónica de los auto sobrestimados ultracrepidianos.

A propósito, quien resulta ser la némesis de estos intolerantes ignaros son los «analistas», que son personas con la capacidad intelectual y académica, con experiencia laboral para profundizar algún tema y dar su punto de vista técnico, sin defender intereses propios. A quienes los medios masivos de comunicación y en las propias redes y plataformas deberían ser más frecuentemente invitados para aportar.

Sin embargo, por honestidad intelectual debo hacer una prevención; el lector debe también saber que existen analistas que hacen el rol de profetas, no es a ellos a quienes se debe “escuchar”.

El cierre es una invocación a la reflexión: nuestro primer mandatario Javier G. Milei, y miembros de su gabinete, acaso ¿no encajan en la definición y características que hemos descrito en este artículo?, como autor adelantándome me hago cargo de sostener, que no solo encaja, sino que se trata de un epítome del ULTRACREPIDIANO. La razón nos asista e ilumine al presidente.